Entre el 9 de octubre y el 5 de noviembre de 1972 se llevó a cabo en Chile el paro nacional más extenso y masivo del que la historia nacional tenga memoria. Cuando a principios de octubre de 1972, el gremio chileno de camioneros decidió paralizar sus funciones de norte a sur, tenía pleno conocimiento del quiebre que produciría en el gobierno de Allende. Fortalecidos con casi dos millones de dólares de la CIA, la asociación de transportistas y otros, comenzaron el inicio del fin. Esa fue la acción de este movimiento en la lucha por derrocar al primer gobierno socialista en el poder. Los contrarios a Allende fueron perfeccionando sus métodos hasta hacer estallar la economía nacional, y los rumores que circulaban incitaban a la gente a retirar sus ahorros de los bancos, y ha desaparecer del mercado cuanto artículo existiera. En este escenario resultaba difícil imaginar que algo peor estaba por suceder. El día 9 de octubre de 1972, Chile fue sorprendido por la huelga de los transportistas. Esta paralización, que fue histórica producto de su fuerza y cohesión, fue la antesala a la intervención de las fuerzas militares en Chile.
En su libro «Las dos caras del golpe», el periodista Alfredo Barra ubica en el 25 de julio de 1973 la consolidación de “un nuevo líder» que llevó a la Confederación de Sindicatos de Dueños de Camiones de Chile a decretar un paro nacional indefinido del transporte terrestre para inmovilizar al país. Este líder fue León Vilarín Marín, un transportista que si bien al principio también cayó en el embrujo socialista, a esas alturas se sentía más representado por el inconformismo ciudadano. Su afán esta vez era complicarle de tal manera la existencia a Allende que, asediado por todos los flancos, no le quedara otra salida que renunciar a la Presidencia”. En su trabajo «Chile 1972-1973: Revolución y contrarrevolución», el académico británico Mike González coincide con Rojas en presentar a Vilarín como abogado afín a la “extrema derecha chilena”.
El 14 de agosto de 1999, el diario El Mercurio publicó una carta-despedida a Vilarín Marín, que “dejó de existir hace algunos días y (de quien) muy poco se ha dicho en cuanto a la gran contribución que hizo a la historia de nuestro país”. El autor del homenaje se llama Juan Carlos Délano Ortúzar, que se desempeñó como ministro de Economía, Fomento y Turismo de Chile entre 1985 y 1987, es decir, hacia fines de la dictadura pinochetista: “Durante la Unidad Popular la gran mayoría de los chilenos sentíamos indignación por la situación de constantes atropellos que se vivía y nos encontrábamos sin saber cómo expresarla”, escribió el ex funcionario en su sentida misiva. “Él logró organizar y reunir bajo su dirección a las principales asociaciones gremiales del país y convocar al mayor paro de actividades de que se tenga recuerdo (…). Me parece de toda justicia dejar un testimonio de la forma en la cual un hombre de tremenda fuerza en sus principios tuvo la valentía de rebelarse, la capacidad de liderar a millones de chilenos y transmitirnos la clara conciencia de que nuestros valores no estaban perdidos y de creer en el futuro de Chile”.
En el artículo «El paro que coronó el fin o la rebelión de los patrones», Susana Rojas se concentra en la huelga de los transportistas del 9 de octubre de 1972, y define a Vilarín como “uno de los dirigentes del grupo paramilitar de ultraderecha Patria y Libertad”. El presidente de la “Confederación Nacional del Transporte, (que) reunía a 165 sindicatos de camioneros, con 40 mil miembros y 56 mil vehículos, decretó un paro indefinido de actividades que comenzó a cumplirse con rigurosidad militar”.
“Tal y como consta en los documentos desclasificados sobre la acción de la CIA en Chile -prosigue esta otra periodista chilena- de los ocho millones de dólares que la agencia norteamericana destinó a la campaña de oposición al gobierno de Allende, más de dos financiaron el paro de los patrones, como se le denominó a la acción golpista de los transportistas. En opinión de quienes vivieron el hecho, la huelga de camioneros fue el detonante final”. La huelga, financiada desde EEUU e inserta dentro del denominado «Plan Septiembre», buscaba, según documentos desclasificados de la CIA, «poner en práctica una técnica que, bajo un contenido de masas, se basa en el «gremialismo» de los patrones y en la «resistencia civil» de la burguesía». Fue tan planificada, que un día antes del paro, el entonces embajador estadounidense en Chile, Nathaniel Davis envió un cable secreto al presidente Nixon donde le informaba que «para proteger los intereses de la oposición, la confrontación puede resultar inevitable». Y así fue. 8 millones de dólares que la agencia EEUU destinó a la campaña de oposición al gobierno de Allende,mas de 2 financiaron el paro de los patrones, como se le llamo a la acción golpista de los transportistas.