En general TODOS los políticos, cuando son acusados de algo, lejos de desmentirlo, lo único que hacen es victimizarse y denunciar «campañas en su contra para enlodar su imagen». (Ni hablar de los militantes a sueldo que parecen cheerleaders defendiéndolos). Lo vimos con Bachelet, con Guillier y ahora último con Piñera, que de manera ridícula, culpó de todo al Partido Comunista, como si ellos fueran los culpables de obligarlo a hacer negocios mientras era Presidente. En este contexto, el periodista Daniel Matamala, en una columna para Ciper Chile, llamó a no caer en este juego y encaró a toda la clase política a dar respuestas claras:
El 14 de noviembre de 2016 Radio Bío Bío reveló los negocios de la empresa de Sebastián Piñera –Bancard– en la pesquera peruana Exalmar, mientras Piñera era Presidente. Horas después, el ahora ex mandatario respondió: habló de un «acto miserable» y de una «campaña sucia» en su contra. El 13 de diciembre pasado The Clinic publicó que Alejandro Guillier había hecho talleres de vocería para ejecutivos de empresas, clientes del lobista Enrique Correa. Horas después, el senador respondió: habló de «ataques de sectores del laguismo» en su contra, que son «lo más brutal que yo he conocido en los treinta y tantos años que yo llevo como periodista profesional». El 27 de febrero de 2017 Radio Bío Bío develó que la familia Piñera era propietaria principal de la minera Dominga, cuando, como Presidente, el ex mandatario frenó el proyecto Barrancones, que operaría en la misma zona. Horas después, Piñera respondió: habló de «una canallesca y sistemática campaña sucia» del Partido Comunista contra él. ¿Saben qué no pudieron decir? Que lo publicado no era verdad.
Se está volviendo un patrón sistemático. Cada vez que la prensa revela un antecedente verdadero y relevante sobre alguno de los candidatos favoritos a La Moneda, la respuesta es victimizarse. Desviar la atención. Acusar al voleo. Y los periodistas (hay que reconocerlo) caemos redonditos. Porque tenemos debilidad por las frases golpeadoras, esas «cuñas» sabrosas que se verán tan bien en los 140 caracteres de nuestro apurado Twitter, en la portada del diario o en los titulares del noticiero nocturno. Y los candidatos lo saben de primera fuente. Mal que mal, uno fue conductor de noticias; y el otro, dueño de un canal de televisión. Entonces, ya nos sabemos el libreto. Cuando no pueden decir que es mentira (porque es verdad, y hay pruebas irrefutables que lo comprueban), los candidatos desvían la atención, con un adjetivo fuerte («miserable», «brutal», «canallesco»), y una teoría de la conspiración que ponga a sus partidarios en pie de guerra contra el adversario de elección: comunistas, laguistas y el menú es largo, y la creatividad, inagotable. Pero es humo. Es sólo humo.
La estrategia es efectiva. En vez de presionar por explicaciones completas y transparentes sobre el fondo de lo revelado, los siguientes días nos dedicamos a los dimes y diretes. Los políticos reconocen filas en sus bandos. Y mientras algunos vociferan como porristas de sus equipos por las redes sociales, el resto de los ciudadanos (los razonables, los ponderados, los que quieren transparencia y probidad, de lado y lado), pierden el interés. «Ah, otra pelea entre políticos». Y el humo va ocultando el fondo del asunto, que termina convertido en una sombra apenas perceptible. Fondo que es crucial. Porque lo que está en juego aquí es el carácter, la probidad y las convicciones del próximo Presidente de Chile.
Todo eso queda en frases a medias, en verdades incompletas. Piñera dice que entregó los correos pedidos por la fiscalía (pero sólo los «pertinentes», agrega, como un moderno Galileo susurrando que «sin embargo se mueve»). Habla de su fideicomiso ciego que fue «más allá de lo que exige la ley», aunque ni Exalmar ni Dominga tengan nada que ver con la minoritaria porción de su fortuna que cayó en el dichoso fideicomiso. Lo que queda velado por el humo son las preguntas relevantes. ¿Por qué Piñera ocultó potenciales conflictos de interés mientras tomaba decisiones de Estado que podían afectar sus inversiones privadas? ¿Qué otros negocios mantuvo mientras ejercía la Presidencia? ¿Usará el mismo estándar de mezcla de intereses y opacidad si vuelve a La Moneda?
Los conflictos de Guillier son comparativamente menores, aunque el efecto para él, como autoproclamado candidato «ciudadano», puede ser tanto o más dañino. ¿Qué estándares profesionales maneja alguien que, mientras ejercía como periodista, grabó una publicidad ensalzando a las Isapres y pituteó para la principal empresa de lobby del país? ¿Qué distancia tiene de los grupos económicos, alguien que fue director de la fundación de una gran minera? Esas son las preguntas que una democracia demanda, y las respuestas que los candidatos al honor más importante de nuestra República evitan o contestan con evasivas y generalidades. Será un año largo. No lo pasemos respirando humo.