En Chile, la mitad de las personas gana menos de 350 mil pesos, (y el 70% gana menos de 400), derechos básicos como la salud y la educación han sido privatizados, y más encima las AFP nos roban las jubilaciones todos los meses. Es decir, estamos hablando de un país con una pobreza de carácter estructural, donde la mayoría sobrevive sólo gracias a la capacidad de endeudamiento. Situación que contrasta con las millonarias ganancias que tiene la elite, donde una péqueña minoría cada vez acumula más dinero. Al respecto, un artículo de Fundación Sol detalla:
La vida endeudada es una forma natural de existencia en la actualidad. No solo nos endeudamos para aumentar patrimonio o para acceder a bienes suntuarios, también nos podemos endeudar para comer, vestirnos, educarnos, atendernos en salud, viajar en Transantiago, etc. Toda deuda ha de pagarse, reza el dicho financiero fundamental. Toda deuda conlleva riesgos, entre acreedor y deudor y, por lo tanto, prestar de forma racional no es simple, sobre todo en un país donde el 53,2% de los trabajadores gana menos de $300 mil mensuales líquidos, según CASEN 2015, y solo el 1% se lleva el 30,5% de los ingresos anuales del país. Porque existe una gran masa de población con bajos ingresos y, por lo tanto, de alto riesgo para el sector acreedor. Sin embargo, el 73% de los hogares en Chile tiene al menos una deuda, por lo tanto, es una realidad extendida, más allá de las diferencias de ingresos que existen en este país.
También ha sido permanente en el tiempo. Entre 2003 y 2016, la deuda de los hogares crece un 13% promedio anual. Es decir, si el año 2003 tenía $100 mil pesos en deuda, el siguiente año ya tiene $113 mil y para el año 2016 esa deuda ascendería a $269 mil. Como modo de comparación, uno de los indicadores sistémicos que con mayor orgullo se muestra es del crecimiento económico del país. En similar período el PIB per cápita creció en un 5% promedio anual. Si comenzamos –a modo de ejemplo –, con los mismos $100 mil el 2003, para el 2016 este llegará a $173 mil. Es decir, si el 2003 no había diferencia entre ambos, para 2016 la deuda habrá crecido un 56% más que el PIB per cápita. Lo mismo ocurre, aunque de forma más dramática con los ingresos de la ocupación principal, la cual creció en un 2,4% promedio anual real, según la Nueva Encuesta Suplementaria de Ingresos (NESI). Esto quiere decir que, haciendo el mismo ejercicio anterior, de partir con los mismos $100 mil el 2003, para el 2016 este llegaría a $131 mil, es decir, la deuda tiene un crecimiento del 105% superior a los ingresos de la ocupación principal.
El 45% de los hogares deudores corresponde a la mitad de los hogares más pobres del país. Estos hogares, a su vez, tienen una carga financiera promedio del 53%, es decir, de cada 100 pesos de ingresos mensuales del hogar, 53 son para pagar comisiones, intereses y la deuda contraída. Solo 47 pesos quedan para la reproducción presente del hogar. En cambio, para el estrato de más altos ingresos (el 20% más rico de los hogares), esta carga financiera es del 42% (según la Encuesta Financiera de Hogares – EFH – del Banco Central, 2014).
Cuando la deuda crece más rápido que la creación de riqueza nacional y que los ingresos del trabajo, es porque hay algo que no está operando bien. Si tomamos a los hogares como un agente sistémico relevante, se puede considerar a la deuda como un factor estructural permanente, que tiene una tendencia al crecimiento de la misma por sobre el crecimiento del país y los salarios, y con diferencias relevantes, dada la enorme desigualdad del país. Mientras la carga financiera de los hogares más pobres obedece mayormente a deuda con el retail y deuda de consumo básico, para los hogares más ricos es con los bancos y deudas asociadas a aumento de patrimonio, ya sea hipotecaria y/o automotriz. En ambos, la deuda opera como un complemento de ingresos, que permiten suavizar el consumo y no tener shock de gastos muy grandes. Pero, a su vez, opera como una estratificación que permite obtener beneficios financieros a las instituciones oferentes de crédito y como un disciplinador fundamental para gobernar mercantilizando la vida doméstica de los hogares.
- La «Clase Media» en Chile no existe, la gran mayoría sólo somos pobres con capacidad de endudamiento