Un espectáculo insólito: el gobierno de Estados Unidos ha debido paralizar muchas actividades porque carece de fondos para pagar a sus empleados. 800 mil personas de su planta de trabajadores han quedado congeladas. La pugna entre el gobierno demócrata y los opositores republicanos, que controlan la Cámara de Diputados, ha dejado de manifiesto la disfuncionalidad del Estado. Ello tiene enormes consecuencias domésticas para decenas de millones de ciudadanos. También tiene amplias repercusiones en el ámbito internacional y ellas van desde el impacto económico a la imagen de continuo deterioro de la nación más poderosa. Si algo semejante hubiese ocurrido en un país del Tercer Mundo se hablaría de una situación digna de una comedia. Cuando ocurre en Washington el tema adquiere visos desastrosos.
Lo primero que salta a la vista del episodio actual es el grado de polarización en la vida política norteamericana. El debate en torno al llamado Obamacare, o la nueva ley de salud impulsada por el Presidente, ha crispado a sectores de la derecha y grandes conglomerados económicos que lucran de la salud. Pero negarle los recursos al gobierno para operar es síntoma de un enfrentamiento más profundo. A fin de cuentas uno de los aspectos centrales del Obamacare es dar acceso a salud gratuita a la población, cerca de 15 por ciento, que no cotiza o cuenta con seguros.
El daño permanente de este duelo, más allá de lo que ocurra con el sistema de salud, será a la credibilidad del Estado norteamericano. La crisis desatada por el empleo de armas químicas en Siria abrió un debate sobre precisamente la credibilidad de Washington. Hubo quienes acusaron al Presidente Barack Obama de dañar la imagen de Estados Unidos. Ello porque después de haber advertido que castigaría el uso de dichas armas no recurrió a la fuerza militar. Aún hoy no es claro quién es realmente responsable por los ataques que ocasionaron numerosos muertos y heridos. Con todo la Casa Blanca, gracias a una gestión rusa, logró una promesa de Damasco que renunciará a la posesión de armas de destrucción masiva. En cambio el cierre de la administración pública, por una pugna política interna, debe preocupar a muchos gobiernos.
Si se quiere saber cómo actuará un país en la arena internacional conviene observar como resuelve sus problemas domésticos. Hay que poner atención en los métodos empleados para superar las diferencias al interior de su sociedad e instituciones. El grado de violencia o de respeto entre sí es un claro indicador de cómo actuarán frente a un adversario. Si una facción no teme paralizar a su propio gobierno cabe preguntarse que estarán dispuestos a hacer a terceros.