The Clinic reveló la historia de Alejandra Carrasco, una estudiante de cuarto medio del Carmela Carvajal, ex dirigenta en las movilizaciones del 2011, la cual no pudo más con una depresión post parto y se suicidó. Su madre, familiares y amigos denuncian un problema que aqueja a las jóvenes a nivel nacional: el abandono que sufren en este país las madres adolescentes
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La tarde del miércoles 25 de septiembre Sonia Malio está comprando verduras de un carro instalado en la puerta de su casa en un pasaje de La Florida. Tiene a su nieta, una tranquila guagua de seis meses, en brazos. Esa misma mañana, Sonia fue al cementerio a enterrar a su hija Alejandra Carrasco. Alejandra, de 18 años, se suicidó el viernes 20 colgándose de las vigas del patio trasero de su casa. Sufría de una depresión post parto. Hoy, por el patio, el living y la cocina, circulan sus familiares y amigos.
Sonia me hace pasar a una pieza juvenil que tiene una cuna instalada adentro. Nos sentamos en la cama. “Ella era una niña muy especial”, comienza su relato.
-Era muy sensible, siempre traía a sus amigos para acá y yo se los recibía. Creo que siempre la apoyé. De repente me encuentro con que me cuenta que está pololeando, que se inició en la parte sexual. Entonces yo le digo «cuídate, Ale, hay hartos métodos y a estas alturas todos saben lo que tienen que hacer» -cuenta Sonia.
En noviembre del año pasado, Alejandra le confesó a su mamá que estaba embarazada. Tenía cuatro meses. Terminó las clases ese año en el Liceo Carmela Carvajal -”cuando ya estaba guatona”, recuerda Sonia- y tuvo a su hija el 13 de marzo. Cuando su nieta nació, Sonia partió al colegio a pedir algún documento que explicara los derechos y deberes de las estudiantes embarazadas o con hijos y se encontró con que no había un protocolo establecido para tratar estos casos.
-Me dijeron que no sabían mucho, que cuando habían tenido embarazadas les daban permisos, se retiraban antes de clases -recuerda.
Entonces partió al ministerio de Educación y se encontró con que la ley existente “no corresponde”, según explica. Las escolares embarazadas no tienen derecho a un pre y a un posnatal. En el ministerio le explicaban que esto es así porque no son trabajadoras.
–Yo les decía, mi niña tuvo su guagua el 13 de marzo. Y me contestaban, “es que el 14 tiene que estar en clases”; que los criterios dependían de cada colegio. Yo pensaba, cómo va a amamantar, si el Carmela está en Providencia y nosotros vivimos en La Florida.
Sonia consiguió con el ginecólogo de su hija un certificado médico que la enviaba a reposo hasta el 31 de julio. El primer semestre, Alejandra no fue a clases y cuando se reintegró se extraía la leche para dejársela a su hija. Estaba en cuarto medio y quería estudiar derecho en la Universidad de Chile.
Sonia Malio está separada del papá de sus dos hijas. Como jefa de hogar mantiene la casa con su trabajo como técnico en enfermería en el Hospital Sótero del Río, donde trabaja con un sistema de turnos. Son jornadas largas, de doce horas diarias. Los turnos de día son de 6.30 de la mañana a 9 de la noche. Para los turnos de noche sale de su casa a las 19.30 y vuelve cerca de las diez de la mañana del otro día.
Cuenta Sonia que algunos días ella podía ayudar a su hija con el cuidado de la guagua, pero necesitaban una solución para ella poder seguir trabajando y Alejandra estudiando. Partió al Carmela Carvajal a preguntar si había posibilidad de dejar a la niña en la sala cuna que está al lado. -Decían que no había cupo, que iban a ver, pero nunca hicieron nada -dice.
Cuando Alejandra entró a clases en agosto, Sonia tuvo que pedir vacaciones. Intentó conseguir un cupo en los jardines infantiles de la Junji, pero le pedían ficha de protección social y la inscripción le permitía ingresar recién en marzo del próximo año. “Pero yo necesito ahora una sala cuna, mi hija va al colegio y no tenemos cómo resolver el tema de la niña”, les decía Sonia.
Después consiguió que una vecina cuidara a su nieta durante el día por cien mil pesos. Alejandra pasaba a dejarla antes de irse al colegio y pasaba a buscarla a la vuelta. Mientras, Sonia pedía una beca para su hija por ser de ascendencia mapuche y se la negaban por tener mucho puntaje en la ficha CAS. -Pero ella lo necesitaba. Tenía buenas notas, tuvo una guagua, era un caso especial. Es todo cuesta arriba. Pero yo le decía a mi hija, no te preocupes, tú preocúpate de estudiar, yo voy a resolver todos los otros temas. Pero llegamos a esto.
AGOTADA
Algunas veces, cuando Sonia volvía de un turno por la noche, se encontraba con que Alejandra estaba llorando en su pieza. -Yo le preguntaba qué pasaba y me decía “estoy agotada”. Claro, porque si tú no estás preparada psicológicamente para ser mamá es agotador. Una noche de julio, antes de las vacaciones de invierno, Alejandra llamó a su mamá al hospital. Le dijo que estaba colapsada, que se iba a suicidar.
Sonia no atinó a más que a intentar tranquilizarla, decirle que no era el momento de hablar esas cosas, que tuviera calma. Que lo hablaran al otro día. Esa noche el papá de Alejandra y su pololo llegaron a la casa para acompañarla y llevarse a la guagua.
Al día siguiente, Sonia partió al departamento de salud mental del Sótero del Río, y le contó lo que pasaba a una psicóloga, quien le explicó que -por lo que contaba Sonia- se trataba de una depresión post parto. Sonia llevó entonces a su hija al Barros Luco, donde tienen urgencia de salud mental; ahí un psiquiatra les explicó que Alejandra necesitaba empezar una psicoterapia y tomar medicamentos y le dio una interconsulta, porque la patología corresponde al AUGE. Entonces Sonia la llevó al CRS de La Florida para que le dieran una hora que nunca llegaba.
En la municipalidad de La Florida, Sonia encontró un cartel del Sernam que decía “programa de madres adolescentes”. Llamó y le dijeron que no tenían psiquiatras, sólo psicólogos. Y solamente por teléfono. Después fue al Sernam de La Florida; le dijeron que solamente atendían casos de violencia intrafamiliar.
-Pero como yo trabajo en un hospital y yo quería que mi hija se sanara, busqué alternativas por fuera. Llamé a una psicóloga que conocía hace años y que atendía por Fonasa, y empezó la terapia con ella. También conseguí un psiquiatra a través de Fonasa. Todo eso lo gestioné sola con mis recursos- explica.
Alejandra estuvo julio, agosto y medio septiembre asistiendo a su tratamiento psicológico. La última vez que la vio el psiquiatra fue el 4 de septiembre. Estaba tomando medicamentos que -obviamente, dice Sonia- tenían que financiar ellas. Al mes se gastaban 45 mil pesos y el tratamiento estaba proyectado para durar seis. -Entonces yo pensaba, pucha, ¿y las cabras que sus padres en realidad no pueden pagar esto?
La noche del 20 de septiembre, Sonia salió de su casa rumbo su turno de noche a eso de las 19.30. La hermana mayor de Alejandra, de visita en Santiago, partió a la plaza Abastos a las celebraciones de fiestas patrias. El pololo de Alejandra se fue a su casa. -La Ale hacía su vida normal, muchas veces se quedó sola con su bebé en las noches- dice Sonia.
A las diez de la noche, Sonia llamó a la casa para saber cómo estaba. Nadie contestó. Alejandra tampoco contestó la llamada a su celular; Sonia pensó que estaba mudando a la guagua. Volvió a llamarla 45 minutos después y no hubo respuesta. A las 00:30, el llamado de su ex pareja le anunció la tragedia. Cuando Sonia preguntó si todavía tenía pulso recibió un “no hay nada más que hacer” por respuesta.
CAMBIOS
Alejandra Carrasco murió esperando una hora de atención psiquiátrica en el CRS La Florida que nunca llegó. Una semana después de su muerte, su mamá fue a preguntar al mismo centro asistencial qué había pasado. Ahí supo que a Alejandra nunca le llegaron a asignar una hora.
-Yo digo pucha, por qué pasan estas cosas. Imagínate. Adolescente, estudiando. Yo hice un reclamo a Fonasa por este tema y me contestaron que poco menos que tendrá que seguir esperando. Yo traté de hacerlo lo mejor con ella, tuvo acceso a un tratamiento, pero las instituciones de gobierno para mí, que yo viví esta experiencia, en la práctica no sirven de nada– acusa Sonia Malio.
El día del funeral de Alejandra, la orientadora del Liceo Carmela Carvajal se acercó hasta Sonia y le confidenció lo mal que se sentía por no haber resuelto nunca nada como colegio. Sonia respondió que ya no era el momento, que ya todo había pasado. Pero que lo pensara, porque podían presentarse más casos así.
-Hay mucho abandono de las madres adolescentes, y eso que yo siempre apoyé a mi hija incondicionalmente. Imagínate cuando a las cabras los papás las echan de la casa. ¿Cómo hacen esas niñas? Para mí como madre fue muy terrible lo que viví con mi hija, porque sentí que todo lo que dice el Estado de sus políticas no es nada -dice Sonia.
Alejandra Carrasco y Alison Sandoval (18) fueron compañeras de liceo en la época de las movilizaciones estudiantiles más fuertes. Se conocieron en primero medio en un taller de música. Alejandra tocaba bajo y Alison la guitarra. Cuenta Alison que a primera vista Alejandra le inspiraba miedo, pero que al poco tiempo ya eran yuntas. En los recreos se iban al “patio de la virgen” a conversar. A la vuelta del colegio, en la estación Vicente Valdés, Alison miraba cómo Alejandra ensayaba sus bailes coreanos. Cuando repitieron tercero medio producto de las movilizaciones, quedaron juntas “sufriendo” en el electivo matemático. “Nos pasaron muchas estupideces juntas”, ríe Alison.
Los papás de Alison siempre quisieron mucho a Alejandra. El papá de Alison la llamaba en broma “la comunista”, y ella le contestaba “el momio”. Durante las movilizaciones del 2011 a Alison no la dejaron participar tanto de la toma ni las marchas, pero igual iba a visitar a su amiga al liceo y la acompañaba a barrer las piezas. -Era entretenido, pero el desgaste físico era harto para ellas- recuerda.
Alison, consciente de que su colegio estaba en toma y que estaba perdiendo el año, siente hoy que su vida no cambió tanto como la de Alejandra. Dice que ahí se terminó de formar fuertemente su conciencia social, que aprendió a ser consecuente, se volvió más activa, participó en la toma del Congreso Nacional. Alejandra le hacía “charlas” a Alison sobre temas de historia y política que iba aprendiendo de libros.
-En su casa nunca le impusieron una postura política, le dijeron que ella tenía que formarse la suya. Creo que fue un año de harto aprendizaje que la cambió para bien- dice Alison. Su amiga estuvo también en los días en que Alejandra se enteró de su embarazo. Recuerda que no lo podían creer. Buscaron maneras naturales de abortar: investigando leyeron que el exceso de vitamina C y el té de borraja podían inducirlo. Nada de eso resultó y en noviembre Alejandra ya estaba dándole la noticia a su mamá.
-Al principio no quería estar embarazada, pero con el tiempo se fue acostumbrando a la idea y asumió. Las cosas lentamente fueron mejorando. Con el pololo estaban bien, él quedó shockeado al principio, pero después le gustó la idea- dice Alison. Hubo un tiempo, eso sí, en que Alison la vio mal. Alejandra lloró con ella, le dijo que ya no aguantaba, que no le gustaba, que se sentía incómoda, que no era feliz. Al día siguiente Alejandra ya estaba bien y todo siguió en aparente normalidad.
-Volvió a ir al colegio, a su guagua la adoraba. Y de repente… de verdad que nadie se lo esperó. El avance de la Ale había ido tan bien que nadie podía creer que hizo eso. Yo todavía sigo sin creérmelo. Para Alison, Alejandra era una de las personas más fuertes que ha conocido. Pese a que en los primeros meses la vio complicada, luego supo que estaba saliendo adelante. Alejandra le hablaba de cómo iba a cuidar a su hija cuando fuera grande y Alison está segura de que habría sido una excelente mamá.
-Pero tomó una decisión que cambió toda la historia. Me quedo con el sentimiento de que la Ale ahora está más tranquila, más relajada. Acá no lo estaba. Alcanzó una paz que acá no había logrado. Alison cuenta que en el liceo nunca tuvieron educación sexual. El aprendizaje se limitó a una pincelada del aparato reproductivo en octavo básico.
–No hay profesores de educación sexual. Tampoco hay apoyo a las embarazadas, no hay salacunas al lado de los colegios. Como la población de Chile está envejeciendo necesitan mujeres jóvenes que tengan hijos. Por eso no hay medidas para evitar el embarazo adolescente– dice.
Con una inmensa calma, aún sentada en la cama de su hija, Sonia Malio revive los últimos recuerdos con su hija: cuando el año pasado hicieron la ruta de la memoria, cuando el 11 de septiembre pasado fueron con coche y todo al cementerio, luego a la Universidad de Chile y después al Museo de la Solidaridad Salvador Allende, donde Alejandra dejó un mensaje escrito en un panel, que hoy está en manos de Sonia. Me muestra un escrito de Alejandra donde cuenta toda esa experiencia.
Sonia cree que la maternidad complicó tremendamente a su niña, una joven muy activa que de pronto se encontró encerrada en su pieza con una guagua y que no pudo con el cambio de vida. – A mí me interesa contar esta historia porque no quiero que ninguna adolescente más pase por lo que pasó ella. Se dice que las políticas de Estado están, pero en la realidad no existen. Que haya una política educacional que le dé derechos a la madre adolescente, que haya atención mental. Yo no quiero que ninguna niña más sufra.
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¿QUE DIRÁN DE ESTO LOS «PRO VIDA»?
LOS MISMOS QUE NIEGAN A LA MUJER EL DERECHO DE DECIDIR SOBRE SU CUERPO, PERO DESPUÉS NO LES DAN NINGUNA AYUDA Y QUE SE LAS ARREGLEN COMO PUEDAN
NI HABLAR DE UN SISTEMA COMPLETO QUE LES HACE LA VIDA IMPOSIBLE