En una columna para el Mostrador, el destacado sociólogo nacional, Alberto Mayol, realizó una completa radiografía sobre el Chile que se formó después de las manifestaciones de los estudiantes, que culminó el día de las elecciones con el triunfo de Bachelet pero con un gran grado de abstención. Parte de la columna señala:
«Los límites del orden que comenzó su proceso de derrumbe en 2011 son evidentes: la democracia de los acuerdos, el poder de veto de la UDI, el rol morigerante de la DC, el binominal, la Constitución del 80, la incuestionabilidad del Estado subsidiario, el predominio del derecho de propiedad sobre todo otro derecho, el uso ilimitado de los fondos de pensiones para socializar pérdidas y privatizar ganancias; son algunos de los elementos que hoy aparecen con evidencia en proceso derrumbe»
«Aún quedan bastiones: el rol ambiguo del PS, la figura analgésica de Bachelet, la evidente pretensión cosmética de la Nueva Mayoría (todos los cambios deben ser institucionales, dicen, mientras señalan que es una institucionalidad injusta que impide hacer cambios). Pero el proceso sigue. Gramsci predice que, al iniciarse un proceso, la contrahegemonía toma forma de cambio cultural, luego se traduce políticamente y finalmente lo hace económicamente«
«El proceso que vivimos es intenso en cambio cultural: se ha cruzado la frontera valorativa que impedía el aborto, el matrimonio homosexual, el lucro pasó de divino a maldito, la discriminación se tolera cada vez menos, la subjetividad pasó de pasiva-institucionalista a activa-impugnadora. Ahora hemos visto, durante estos meses e incluso en la elección, el fin del súper ciclo de la derecha. Un 65% de los votantes es imputable a la centro-izquierda o izquierda. El 10% de Parisi no es derechizable: su discurso crítico a las grandes corporaciones, su llamado a la Asamblea Constituyente y su impugnación a El Mercurio y La Tercera bien puede ser impostura, pero sus votantes ven en él a un crítico de un orden donde la derecha es la regla»
La derecha se queda completamente minimizada. Su votación es efectivamente la más baja de la historia reciente: Arturo Alessandri Beza sumado a José Piñera (indudablemente ambos de derecha) sumaron más de 31% en 1993. Incluso en esta elección 6 de cada 7 votos de candidatos ‘chicos’ fue a la izquierda, minimizando el centro»
Hoy Chile ha desbordado la frontera. Se ha hecho masivamente, desdibujando y volviendo impertinente el límite. La Nueva Mayoría tenía que ser capaz de domesticar al animal del malestar y tenía para ello la mejor candidata imaginable. El proyecto del pacto era demostrar que la inclusión del PC y el apoyo a la lista de Giorgio Jackson eran suficientes para decirle a la izquierda que el camino estaba por dentro de la Nueva Mayoría. Pero Bachelet no sacó más votos que en su primera candidatura. Más aún, por entonces a su izquierda había sólo un 5% y a su derecha un 48%. Hoy tiene a su derecha un 25% y a su izquierda un 17%, algo cada vez más parecido a un jamón de sándwich. Por primera vez puede tener en la práctica una oposición en el Congreso por la derecha y por la izquierda. Por ejemplo, su proyecto de AFP estatal bien puede ser rechazado por la derecha por estatista y rechazado por Jackson, Boric y el PC por libremercadista. Y fuera del Congreso será peor.
«El orden hasta ahora existente era una derecha poderosa fácticamente y viviendo de subsidios institucionales (de Guzmán y Pinochet) que redundaron en un poder electoral inédito. Mientras los chilenos querían una sociedad distinta, votaban por la derecha, pues la sociedad deseada había sido convertida en imposible. El orden existente era el del 0,01% de la población, que acumula el 10,1% de los ingresos del país, siendo la elite de mayor concentración en el mundo. La única razón de Estado era la tasa de ganancia de ese 0,01%, la única noticia relevante era la que les convenía, el único colegio que merecía atención era el cambio de domicilio de alguno de los establecimientos de los mil o dos mil niños afortunados de vivir con el dinero de un sueco millonario en un país tercermundista»
«Las movilizaciones fueron hordas desbordando los límites, chapoteando sobre las normas, cuestionando si era más violento romper un paradero que vivir en un Chile injusto. Las movilizaciones fueron el fin del miedo, el olvido de la frontera, el aplastamiento de Pinochet, de Juan Pablo II, de neoliberalismo incuestionado. Como una señal, le toman su comando los niños y jóvenes subversivos. Como una señal, Enríquez-Ominami la condiciona sin daño. Como una señal, Parisi le dice que su triunfo es el de Quiñenco y Antofagasta Minerals. Ya no hay respeto, la moral ha quedado abolida, la santidad también. El aborto, la gratuidad, los derechos irrenunciables, los sindicatos, la Asamblea Constituyente (ese objeto innombrable), el griterío ilimitado, el matrimonio homosexual con adopción de niños; todo ello crece como un nuevo cáncer ya no tan marxista.
«La derecha está sola. La Nueva Mayoría es una jaula de hierro, petrificada en su propia petulancia, domesticando empresarios, movimientos sociales, liberales, socialistas y cristianos. Ambos sectores pretenden ser protagonistas de las reformas futuras, pero uno está exánime (la derecha) y el otro está inmóvil (la Concertación). La ruta institucional empieza a ser una utopía y resuena el “por las buenas o por las malas” de Atria. Es cierto que entre ambos sectores se definirá la segunda vuelta, es verdad. Pero será con menos votos, en pleno ambiente navideño, con la población reclamando por una elección inútil, con la gente viajando a la playa, con el hastío del chiste repetido. La segunda vuelta ha sido la opción del destino, sólo para hacer sufrir un poco más a los defensores activos y pasivos del modelo.»