Libertad y Desarrollo, la tropa de economístas mitómanos de la UDI y el OpusDei, en su habitual rutina de humor para validar el sistema que tiene a Chile como el país más desigual del mundo, nos regalaron una nueva e increíble columna, que como es su costumbre, cualquiera puede rebatir en solo dos frases. Por cierto, su autor Luis Larraín, es el mismo que tiene al Club Universidad Católica en la miseria, siendo que son el plantel de fútbol más caro de Chile.
La Nueva Mayoría derrotó electoralmente a la centroderecha el 2013. Una de sus principales armas para lograrlo fue debilitar fuertemente la legitimidad de las ideas que sustentan un modelo de libre mercado. Lo hizo basada en tres elementos centrales: el cuestionamiento a la desigualdad, el rechazo a los abusos, especialmente aquellos perpetrados por empresas y la demonización del lucro.
La forma en que el discurso de la izquierda concatenó estos tres elementos en lo comunicacional fue notable. Si bien la gente no rechaza la desigualdad per se (hay estudios que demuestran que se toleran las diferencias de ingresos entre distintas profesiones y actividades) sí se opone a que esas diferencias sean injustas o fruto de abusos.
La propaganda de izquierda, muy apoyada por la línea editorial de varios canales de televisión y por el discurso de políticos variopintos, instaló a las empresas privadas, especialmente a las grandes empresas, como los mayores abusadores tanto de sus trabajadores como de los consumidores.
Y aquí entra el lucro; la ganancia, fruto de un afán de lucro desmedido no solamente nos hablaría de la estrechez de corazón de quienes la persiguen, sino que sería directamente responsable de las penurias de trabajadores que reciben salarios exiguos y de consumidores “abusados” que apenas pueden llegar a fin de mes pagando cuentas de supermercados, Isapres, empresas de telefonía y muchas otras que “alimentan” las excesivas utilidades de las empresas.
Lo que se instaló en definitiva entre muchos chilenos es que “yo gano poco porque tú ganas mucho” un típico razonamiento suma-cero de lucha de clases, que lleva inevitablemente a centrar toda la discusión en la repartición de la riqueza y no en su creación. En medio de este panorama, la centroderecha no sólo no fue capaz de defender las ideas de la libertad y denunciar las falacias tras estos planteamientos, sino que en algunos casos se sumó a ellas. En ese momento firmó la sentencia de su derrota política.
Esta demonización de la empresa privada tendrá consecuencias lamentables para Chile. Los pobres de este país ya la empiezan a sufrir a través del menor empleo e inversión que los programas de la Nueva Mayoría están originando en nuestro país. Será en definitiva el mayor enemigo de este gobierno.
Porque la pretensión de que la gente va a preferir la educación o la salud estatal a la privada es ilusoria. La idea de que las personas renunciaran a la libertad de elegir y al deseo de superación para adscribirse a una suerte de fábrica uniforme de conciencias que rechaza las diferencias no tiene sustento.
La transformación económica y social de Chile caló hondo en la gente que no aceptará volver atrás y renunciar a sus logros de mayor calidad de vida. No hay, por tanto, la derrota cultural que los sepultureros del modelo proclamaron a los cuatro vientos envalentonados por la bravura cobarde de quienes escondieron las manos luego de tirar las piedras.
SIMPLEMENTE, ESTO ES LA ULTRADERECHA. SEGÚN ELLOS EL PAÍS ESTÁ LA RAJA, NO NECESITA CAMBIOS, LOS EMPRESARIOS SON SANTOS Y LOS POBRES «PUEDE ELEGIR»