Una rutina de humor donde de manera inteligente se burla de toda la clase política, donde de manera brillante expone cómo nos cagan con el sueldo, la salud, la educación, el transporte y las jubilaciones, donde se dio el lujo de hablar sobre cómo los empresarios son los mayores delincuentes del país y donde se refirió más al Caso Penta que la mayoría de los medios masivos, por supuesto que es algo malo…
Malo para los intereses de los que manejan el país y malo para una sociedad que se la cagan por todas partes y necesita despertar. Ni hablar para «humoristas» como Alvaro Salas, Dino Gordillo y Bombo Fica, que de la sola verguenza por su humor básico y servil al poder no deberían pisar nunca más un escenario
Vivimos en una farsa de país, donde se alegran por cifras macroeconómicas como si no fuera una verguenza la extrema desigualdad, donde la derecha pinochetista habla de libertad, donde la Concertación abraza el sistema neoliberal y siguen considerándose de «izquierda», y donde políticos son sobornados por empresas y siguen sentados felices en el Congreso
Esta verguenza de país, es obligación de los artistas exponerlo. Más aún hacerlo con humor, que permite ángulos de crítica mucho más potentes. Tal como Pedro Lemebel decía que un homosexual tiene la obligación de ser transgresor, el humorista tiene hablar de lo que nadie habla y burlarse de los que nadie se burla, asumiendo el riesgo que lo traten de «resentido». Eso es lo que hizo Edo Caroe, eso es lo mínimo que deben hacer todos aquellos que se consideren «artistas»
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