Vía TodoPorHacer y ExNihilo
A nadie se le escapa, a estas alturas, que el Derecho es un instrumento del que se dota el Estado (y las clases dirigentes que lo ocupan) a sí mismo para afianzar las relaciones de poder existentes, mantener el status quo y lograr los objetivos que se proponga. O como diría Karl Marx, “el Derecho es la voluntad de la clase dominante erigida en ley”. En el contexto de las movilizaciones sociales, el objetivo que se propone cualquier gobierno es evidente: acabar con la protesta en la calle. Cualquier Ejecutivo desea que sus reformas no sean contestadas y que pueda legislar en paz, aprobando cualquier reforma laboral o recorte de derechos sin demasiada disidencia.
La disidencia en la sociedad moderna civilizada, que ha sido confeccionada a imagen y semejanza del modelo económico capitalista, tiene amplias vertientes; cuando hablamos de disidencia, estamos refiriéndonos a romper con la paz social burguesa, impuesta por las fuerzas coercitivas que se benefician del carácter burgués de la sociedad. Nos encontramos con un mundo de celdas y jaulas, donde todo lo que nos rodea son masas gigantes de hormigón, catalogadas de diferente formas pero con un trasfondo común; la esquematización de un individuo sirviéndose de la “normalidad” de la sociedad, como objetivo a alcanzar la productividad económica al servicio del estado-capital.
El Estado, haciendo gala de su etiqueta “democrática y social”, construye centros de enseñanza de inversión en el producto humano, nos encontramos entonces con una guía o modelo de educación, en el que tus aptitudes se ven limitadas a la capacidad que tengas de seguir la premisa aceptación-sumisión que te imponen desde las esferas del Poder. Centros de enseñanza donde confeccionan productos humanos adultos, aptos a través de la aceptación-sumisión, de servir existencialmente al estado-capital.
No obstante, siempre hay productos humanos defectuosos, errores del engranaje de confección-control estatal, niños que no se prestan a este respectiva premisa de aceptación-sumisión, viven alegremente sus días, ignorando el desarrollo estadístico común que deben seguir. Serán tachadas de “retrasadas”, “vagas” o con “déficit de atención”, serán llevadas en el mejor de los casos a psicólogos que de la mano del Poder, hará un diagnóstico que acabará por llevarles a “centros de salud mental” donde perecerán por no seguir la esquematización estadística común.
Por otro lado, nos encontramos con los centros de exterminio, las cárceles, donde todo aquello que perjudique al engranaje estatal social y político es encerrado. En un mundo donde la democracia se extiende a la par que el modelo económico que ésta legitima, no puede existir pobreza engendrada por la servidumbre de la que somos objeto, no pueden existir barrios “marginales-criminales” donde la legalidad burguesa, como su respectivo orden, no sea respetado y sea continuamente violado. No pueden existir, en ningún caso, ideas políticas y sociales que no se muevan en las limitaciones del Poder. Todo esto, debe ser objeto de persecución y de su posterior eliminación, porque la masa gregaria común, idiotizada por los placebos del consumismo, no debe percatarse que si se trata la raíz del problema, la sociedad actual no puede ser reformada sino derrocada en su totalidad.
Es por esto que, antes que nada, no hacemos un llamamiento a la disidencia sin causa u objeto, hacemos un llamamiento a la disidencia como herramienta social y revolucionaria. Es necesario romper con la legalidad burguesa y quien la sustenta, la democracia y el poder, porque son estas el obstáculo a saltar para alcanzar la verdadera libertad. Lo que la burguesía llama «Estado de Derecho», «Orden Público» o «Paz Social», es en realidad el silencio de los explotados.