Mediante una carta abierta publicada por La Tercera, Rosario Guzmán Errázuriz, la hermana del siempre repugnante Jaime Guzmán, confirmando lo que es un secreto a voces, culpó directamente a Augusto Pinochet por asesinar a su hermano, asegurando que desde hacía tiempo le estaba causando problemas, y que el propio Dictador no pudo esconder su felicidad una vez que le comunicó su muerte. Parte de la carta señala:
El próximo viernes 1 de abril se cumplen 25 años de tu asesinato. Sólo porque estoy en deuda contigo decidí escribirte esta carta abierta. Espero morir tranquila y en paz (escuchando el Réquiem de Mozart) habiéndote pedido perdón públicamente y después de contarte un par de cosas que sé te inquietaban sobremanera y que si no te las cuento yo, no te las contará nadie. ¿Te acuerdas cuando consciente de que se estaba planeando tu asesinato te preguntabas inquieto qué pasaría con tu partido el día en que te llegara la hora? Prefiero que eso se lo preguntes a tus correligionarios. Lo único que te puedo adelantar es que la UDI fue perdiendo dramáticamente su identidad y hoy está en la UTI, intentando ser reanimada por una generación joven e idealista, encabezada por un tocayo tuyo con pasta de líder, mientras todavía es conducida por ese gran amigo tuyo (que entró a militar después de que te mataron), notable por su generosidad y equilibrio. Aún recuerdo lo que un ex presidente de la República me decía en los 80: “Usted no sabe, Rosario, lo que la UDI me recuerda a la Falange”. Se diría que hoy más bien recuerda a Wall Street, sede del poderoso caballero don dinero, el que está causando estragos en el mundo político tanto de izquierda como de derecha.
En relación al caso Guzmán, que han llevado los abogados designados por tu partido (con dos de los cuales me crucé un par de veces, quedando más que desconcertada, y al último no lo conozco), quiero comentarte respecto de una arista que a ti te preocupaba muchísimo, sobre todo durante los últimos meses antes de morir y que nunca he visto sobre la mesa: ¿En qué estaban, cuando te mataron, el dictador, su mujer y su compadre de la Dina, con quienes estabas severamente enemistado, a pesar de continuar en el gobierno? (como esos matrimonios que no se toleran, pero siguen juntos). Te cuento algunos datos para que tú los proceses como quieras: Pinochet le dijo a nuestra madre que él sabía que te matarían ese 1 de abril y que mandó a sus hombres para protegerte, pero que lamentablemente no te encontraron… Cuando yo le había preguntado años atrás a Contreras por qué sentenció en una reunión: “Hay que matar a Guzmán”, él me respondió impertérrito: “Dígale a su hermano que yo no amenazo…”.
Alguien me contó en esos días que los agentes de Pinochet estaban infiltrando el Frente Patriótico… Cuando te balearon te condujeron al Hospital Militar y muchos se preguntaron ¿por qué no al hospital de la PUC, que era tu segunda casa?… Al salir Pinochet del quirófano donde te ingresaron se dirigió hacia mí (ya que nuestra madre no estaba en Chile) para decirme que los médicos no habían podido salvarte la vida, mientras su expresión de alivio hacía imposible ocultar su contento… Cuando quien fuera vocero del gobierno militar leyó el parte médico que señalaba: “Fallecido a causa de un atentado terrorista”, le sugirió al doctor que borrara la palabra “terrorista”, lo que el facultativo no hizo… Poco tiempo después, en un lejano rincón del sur, un joven moreno y robusto se me acercó con cara de sentido pésame, comentándome: “Es que su hermano se había convertido en un peligro para mi tío… Hacía rato que le estaba dando demasiados dolores de cabeza”: ¿Y quién es tu tío?, le pregunté. “Augusto Pinochet”, me respondió. El peligro consistía en que habiéndose conocido el Informe Rettig, vendrían los juicios a los responsables de las brutales violaciones a los derechos humanos perpetrados por la dictadura. Y llamado a declarar como testigo, tú no sólo habrías denunciado a Contreras (como ya lo habías hecho para conseguir la disolución de la Dina), sino también a Pinochet, de quien a esas alturas tenías la convicción de que era el máximo responsable.