En una columna para La Tercera, el destacado historiador nacional Gabriel Salazar, compartiendo opinión con el periodista Patrico Bañados, revela la verdadera identidad de Patricio Aylwin, la cual no tiene ninguna relación con el «santo» que nos venden ahora. Estamos hablando de un actor fundamental en la desestabilización a Allende, el Golpe de Estado organizado por Estados Unidos, y la administración y profundización del modelo económico y social impuesto en la dictadura. Parte de la columna señala:
Desde 1934, la tradición católica chilena tuvo un cambio significativo: de su tronco oligárquico-conservador, surgió un vástago nuevo, inspirado en las reflexiones y enseñanzas de Fernando Vives S.J.: el pensamiento cristiano-comunitario, sustentado en la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII. Se trataba de una reflexión crítica sobre capitalismo industrial, un llamado a unir la fe con la observación científica de la realidad, y a dar testimonio de solidaridad cristiana con los trabajadores y los pobres del campo y la ciudad. El padre Vives, dando ejemplo de honestidad, perseverancia y solidaridad, intentó aplicar, en su vida sacerdotal, esos principios. Aún a costa de enfrentar a la jerarquía eclesiástica de entonces, que no incluyó activamente en sus pastorales esos mismos principios. El padre Vives fue desterrado tres veces por esa jerarquía, pero volvió y siguió con su apostolado.
A su sombra surgió la Falange Nacional, formada por un puñado de jóvenes sensibles, visionarios, observadores y decididos: Clotario Blest, Alberto Hurtado, Eduardo Frei Montalva, Bernardo Leighton, etc. y más tarde: Radomiro Tomic, Jaime Castillo Velasco, Fernando Castillo Velasco, etc. Teniendo a sus espaldas el sombrío pasado de la oligarquía chilena, que gobernó más de un siglo el país sin desarrollarlo, ni unirlo, ni esperanzarlo, esa camada de jóvenes derramó, sobre muchos otros jóvenes, una rayo de luz, regeneradora, socializadora, liberadora. Así nació la Democracia Cristiana: proponiendo comunidad, solidaridad, cambio social, educación, reforma agraria, chilenización del cobre, promoción social de las masas marginales, independencia de Estados Unidos… La masa electoral, y una gran sector de la clase popular, votaron por ese movimiento, categóricamente, sobre todo, en 1965…
Los desafíos planteados en la historia mundial de esa década, sin embargo, eran profundos y radicales: liberación sexual, revolución social, irrupción de la juventud en la política y la cultura, movimientos campesinos, liberación de los pueblos, desarrollo económico, validación de los estudios de Karl Marx, etc. Estos desafíos superaron el esquema político que promovió en Chile, concretamente, el gobierno de Eduardo Frei Montalva. La izquierda reformista y revolucionaria creció más allá de las expectativas que tenía ese gobierno, sobre todo en el movimiento de pobladores, campesino y de estudiantes. La guerra fría se instaló dentro del país y Estados Unidos temió que Chile se convirtiera en una nueva Cuba. Sobre todo, después de 1958, cuando la propuesta de Salvador Allende demostró que podía, por sí misma, llegar a La Moneda. En esa coyuntura, Estados Unidos decidió apoyar al gobierno de Eduardo Frei Montalva para impedir el triunfo de Allende. Y se jugó entero por eso (Alianza para el Progreso, ayuda económica, etc.). Fracasó.
La Casa Blanca y la CIA aumentaron la presión contra la propuesta de Allende. La Democracia Cristiana y Eduardo Frei Montalva se hallaron entre dos fuegos (ver los documentos desclasificados del Departamento del Estado y de la CIA). La cúpula de ese partido acogió esa presión y negó su apoyo al Gobierno de Allende, en un momento crítico. Fue allí cuando la figura de Patricio Aylwin Azócar cobró figuración histórica: tuvo una participación activa en impedir el acuerdo entre la Unidad Popular y la Democracia Cristiana. Pese a las sugerencias del cardenal Silva Henríquez. La no realización de ese acuerdo, sin duda, dejó camino abierto a la intervención norteamericana (con la CIA incluida), y estando definida ésta, se abría camino a la conspiración golpista de los militares chilenos, que hasta allí estaban confundidos y dudosos.
Después vino todo lo que sabemos: la más brutal violación de los derecho humanos de todos los derrotados por la tiranía militar, en particular, de la clase popular. La negación más absoluta del sentido de comunidad y solidaridad proclamado por los discípulos del padre Vives. La miseria y el desamparo más extremos vividos por la clase trabajadora y pobladora del país. La misma que, entre 1983 y 1987, lanzó contra la tiranía militar, veintidós (22) jornadas nacionales de protesta. Con gran costo humano y derroche de solidaridad y valentía. La protesta popular dejó a la tiranía aislada políticamente, dentro del país y fuera de ella. Demostró que el país era ingobernable bajo ese régimen. El capital financiero internacional, que era el único que podía salvar al país de la crisis económica en la que lo tenían los militares, ante eso, no vino. No invirtió. No viene donde y cuando hay un país que no tiene gobernabilidad. No corre riesgos. Por tanto, había que buscar una solución tácticamente perfecta: Pinochet debía irse, llevándose las culpas de todos los crímenes, pero dejando detrás, intacto, el modelo neoliberal impuesto por la Constitución de 1980. Todo dependía de que algunos políticos civiles administraran, neoliberalmente, ese modelo. Era el gran capital internacional el que lo proponía. Y esos políticos aparecieron. Y Pinochet se fue…
Administrar ese modelo (el verdadero objetivo de la intervención norteamericana y de la tiranía) sin cambiarlo sustancialmente, es todo lo que el capital internacional necesitaba. Y la clase política profesional, desde 1990, administró ese modelo. E hizo lo que ese capital requería: privatizó empresas, profundizó la desindustrialización del país, desmanteló los movimientos rebeldes, privatizó el agua, el bosque nativo, los glaciales, los recursos marinos, permitió la mercantilización de la educación, de la salud, la internacionalización de los fondos previsionales chilenos, etc. Y Patricio Aylwin Azócar lideró todo ese proceso, administró todas esas decisiones. Y aplicó justicia “en la medida de lo posible”. Fue, por tanto, un importante político chileno, que jugó un rol decisivo en la pavimentación del golpe militar-norteamericano contra Salvador Allende, y en la transición política que pavimentó el camino a la internacionalización de la economía chilena y a la mercantilización de la educación, la salud y la mentalidad consumista de los chilenos. Todo esto, teniendo como trasfondo la figura y el espíritu del padre Fernando Vives S.J. y de hombres como Bernardo Leighton y Jaime Castillo Velasco.