En una columna para Ciper Chile, el periodista Daniel Matamala, enumera las razones por las cuales se debe eliminar el Te Deum, asegurando que tenía perfecto sentido en el año 1811, pero no a estas alturas en el 2016. Parte de la columna señala:
El Te Deum hacía perfecto sentido en 1811, cuando José Miguel Carrera pidió a la Iglesia Católica celebrar una misa de acción de gracias para conmemorar el primer aniversario de la Junta de Gobierno. Chile nacía basado en la «fe verdadera», con la Iglesia unida al Estado, y la católica como religión oficial. Sí, tenía sentido en 1811. No lo tiene ya en 2016. Nos acercamos al centenario de la separación de la Iglesia Católica y el Estado de Chile, ocurrida en 1925. Chile es un Estado laico, y no existe ninguna razón para que la República siga subcontratando la ceremonia del 18 de septiembre a un culto religioso en particular. Hay algunos argumentos que defienden la persistencia de esta ceremonia. Examinémolos uno por uno.
«Hay que mantener las tradiciones». De acuerdo, en la medida que esas tradiciones sean la expresión formal de un contenido que hace sentido a una comunidad. Cuando ese sentido ya no representa los valores de una sociedad, esa expresión formal tampoco tiene ya razón de ser. Las peleas de gallos fueron en su momento parte central de las fiestas de la primavera, antecedentes del 18. El 12 de febrero y el 5 de abril (batallas de Maipú y Chacabuco) fueron festividades patrias en los primeros años de la República, y el 20 de septiembre fue parte de la fiesta oficial hasta 1915. Aunque se nos presenten como algo inmutable, las tradiciones son plásticas y se amoldan a los tiempos. Es cosa de ver la escasa atención popular al Te Deum para entender que tampoco cumple una función de fiesta masiva.
-«La mayoría de los chilenos son católicos». Sí, una menguante mayoría de los chilenos aún se declara católico. Según la Encuesta Nacional Bicentenario, de Adimark y la UC, pasaron del 70% en 2006 al 59% en 2014, mientras los que no tienen religión subieron del 12% al 22%. Pero esas cifras no tienen mayor importancia. En una democracia, el hecho de constituir un grupo religioso, étnico o social mayoritario no entrega ningún derecho especial a apoderarse de los ritos republicanos. Estos deben ser inclusivos y representar a todos por el solo hecho de ser miembros de la Nación, no sólo a algunos (aunque sean mayoría) por su adscripción a algún credo, raza o grupo en particular. El hecho de que el Te Deum sea ecuménico (incorporando en un rol secundario a otras religiones) no cambia en nada este principio.
-«El arzobispo tiene un liderazgo moral». Eso es más discutible que nunca tras los últimos casos de abusos sexuales, encubrimiento e inacción contra la pedofilia en la jerarquía católica. Por cierto, el arzobispo de Santiago sigue teniendo el legítimo derecho de intervenir en los debates políticos e intentar convencer a la opinión pública de sus posiciones. Lo que no corresponde es que sus ideas particulares sobre temas políticos como el aborto, el matrimonio igualitario, el salario mínimo o la corrupción reciban el subsidio de ser presentadas, sin contraste ni debate, en la principal ceremonia de la República. De hecho, ni siquiera los propios católicos chilenos comparten la línea doctrinal marcada por la jerarquía ecleciástica en los Te Deum. Según la misma Encuesta Bicentenario 2015, el 68% de los católicos cree que la Iglesia debería aceptar los métodos anticonceptivos artificiales, y el 62% está de acuerdo con que los sacerdotes se casen. Sólo 1 de cada 4 chilenos confía en la Iglesia Católica, y entre los católicos, apenas 1 de cada 3 se siente «cercano» a su iglesia.
-«Si no está descompuesto, no lo arregles». El problema es que sí está descompuesto. Cada año llegan menos autoridades a la Catedral, y en 2015 esta desafección se agudizó tras la revelación de los emails entre el arzobispo Ezzatti y su antecesor en el cargo. El cambio es urgente. A nuestra República no le hace bien esta peregrinación anual a la Catedral, para que la Presidenta y otras autoridades democráticamente electas seas aleccionadas desde un púlpito, sobre temas de la contingencia política, por el cuestionado representante de una institución con serios problemas de credibilidad, cuya línea ni siquiera es compartido por la mayoría de los fieles de esa religión.