Hay que revisar el significado de la palabra democracia, para que no nos quedemos con la idea ingenua de que es el gobierno para y por el pueblo, pues nunca ha sido así. La fachada de una auténtica democracia está construida y levantada, pero lo que hay detrás no es mucho y se ha convertido en un instrumento de dominio del poder económico que no tiene ninguna capacidad de controlar los abusos de este poder.
¿Tiene sentido que se esté enviando al espacio una sonda para que explore Plutón mientras aquí la gente se muere de hambre? Estamos neuróticos. No sólo hay desigualdad en la distribución de la riqueza, sino en la satisfacción de las necesidades básicas. No nos orientamos por un sentido de la racionalidad mínima. La Tierra está rodeada de miles de satélites, podemos tener en casa cien canales de televisión, pero de qué nos sirve eso en este mundo donde mueren tantos. Es una neurosis colectiva, la gente ya no sabe lo que le conviene esencialmente para su felicidad. Vamos hacia los 500 canales y ¿para qué sirven? Exacto, para que no cuestiones al poder.
El poder político es el que menos cuenta, el poder real es económico, y no es democrático; entonces, ¿tiene sentido que sigamos hablando de democracia? Me parece poco serio. Las noticias políticas no son más que declaraciones. Es como el mundo del fútbol, los presidentes se calumnian, se intrigan, protestan, pero ¿quién gobierna los países?: las finanzas internacionales.
Y yo pregunto a los economistas políticos, a los moralistas, si ya han calculado el número de individuos que es necesario condenar a la miseria, al trabajo desproporcionado, a la desmoralización, a la infamia, a la ignorancia crapulosa, a la desgracia invencible, a la penuria absoluta, para producir un rico.
Vivimos en una democracia puramente formal y no sustancial, una especie de comedia de engaños en que todos mienten a todos, a la vez de que se van quejando de que el engaño es tan convincente para que dejemos de pensar que esto podría ser diferente.