Después del último terremoto que afectó a México, donde a diferencia de Chile muchas empresas liberaron sus servicios para ayudar, como ya es costumbre, muchos medios de comunicación masivos comenzaron a bombardear con su actual desinformación sobre la supuesta «predicción de terremotos». Al respecto, un artículo de los divulgadores científicos de Etilmercurio explica:
La predicción de un terremoto es otro afán de muchos charlatanes pseudocientíficos, pero también de científicos y científicas que han puesto sus esfuerzos en elaborar algoritmos predictivos que puedan alertar de un sismo antes de que ocurra. Una correcta predicción se define generalmente como la especificación de la hora, lugar y magnitud de un terremoto futuro dentro de límites claramente establecidos. ¿Es posible hacer eso? Por ahora, a pesar de los esfuerzos, lamentablemente la respuesta NO.
Para que una predicción pueda ser confiable y precisa debe tener muy pequeños intervalos de incertidumbre en el espacio, tiempo y magnitud del evento. Además, esta debe ser repetible en el tiempo por cualquier persona con el equipo y entrenamiento adecuados. Veamos un caso típico: alguien da una fecha y magnitud tentativa para un futuro sismo y, efectivamente, acierta en el día y la hora en un rango razonable, pero la magnitud difiere en varios decimales. Cuando se dan rangos de una semana, en un área lo suficientemente grande, con rangos de magnitud bajo los M 6,7 y en Chile (uno de los países más sísmicos del mundo) es muy probable que algún sismo calce con esas características, por lo que está lejos de ser una predicción arriesgada. De hecho, es una apuesta segura. Probabilidades le llaman
Ahora, como mencionábamos, la ciencia sí ha tratado de predecir sismos y algunos trabajos previos pueden haber parecido prometedores en su momento. Asimismo, los medios de comunicación y algunos científicos optimistas fomentaron la creencia de que los terremotos se podían predecir. Sin embargo, la investigación reciente nos sugiere que esta creencia es errónea. Exceptuando un breve período en la década de 1970, las autoridades sismológicas principales de cada época por lo general han llegado a la conclusión de que la predicción de terremotos no es factible.
Para que los grandes terremotos sean predecibles tendrían que ser hechos inusuales que resulten de estados físicos específicos. Sin embargo, el consenso es que la Tierra está en un estado de criticidad autoorganizada donde cualquier pequeño terremoto tiene cierta probabilidad de crear una «cascada» que culmine en un gran evento. Esta dependencia no lineal altamente sensible de las condiciones iniciales desconocidas de un terremoto limita severamente la previsibilidad. En simple: la Tierra es tan activa geológicamente que en cualquier momento y en muchísimos lugares se puede producir un terremoto de gran magnitud.
La predicción de grandes terremotos individuales requeriría la capacidad de computar una enorme cantidad de variables con una precisión imposible de alcanzar con los instrumentos actuales. O sea, sería tan difícil predecir un terremoto como predecir dónde y cuándo caerá un rayo durante una tormenta eléctrica. Para predecir terremotos en forma confiable se necesitarían precursores (señales) observables e identificables que sirvan como alarma. Pero deben ser precursores de alta fiabilidad y precisión, por lo que hay fuertes razones para dudar de la existencia de tales precursores.
Muchas veces se habla de fenómenos presuntamente anómalos que podrían ser una señal de que viene un terremoto: pequeños sismos, actividad hidrológica, comportamiento de animales e insectos, fenómenos electromagnéticos, cambios bruscos del tiempo, goles de Aaron Ramsey, Pablo Garcés atajando, etc. Sin embargo, esos fenómenos fueron reclamados como precursores sólo después de ocurridos los terremotos. Este patrón de supuestos precursores tiende a variar mucho de un terremoto a otro. Además, las presuntas anomalías se observan con frecuencia en un solo punto, no en toda la región del epicentro. No hay definiciones claras para estas «anomalías», no hay un mecanismo físico cuantitativo que vincule los supuestos precursores. O sea, falta evidencia que demuestre una correlación significativa.
Ahora, hay investigaciones en curso para tratar de predecir terremotos, desde esquemas estadísticos a partir de información geológica y sismológica, hasta detecciones de pares de isótopos de radón-torio detectados en entornos subterráneos. Estas investigaciones podrían validarse globalmente a futuro, lo que constituye una razón más para invertir en ciencia en lugar de charlatanes que no aportan, siquiera, a través de la propuesta de un método. Entonces, el llamado es estar alerta: si aparece alguien asegurando haber predicho un sismo, su método debe analizarse y debe servir para anticiparse a otro evento. Mientras esto no ocurra, estas afirmaciones no debieran ser divulgadas, ya que sólo producen confusión y desconfianza en las personas que se dedican seriamente a investigar estos fenómenos.
O sea, ¿es totalmente imposible predecir un terremoto? ¿Ni siquiera achuntándole más o menos? En la práctica, eso no importa. Científicamente, la cuestión puede abordarse mediante un enfoque bayesiano (no, no tiene que ver con Bayer, nuestro NO auspiciador, sino con una teoría estadística basada en la idea racional de acumulación de conocimiento científico para formular un modelo probabilístico de inferencia). Cada intento fallido de predicción disminuye la probabilidad a priori para el siguiente intento. La probabilidad actual de predicción de éxito es muy baja, ya que las ideas obvias se han probado y rechazado por más de 100 años. La observación sistemática de los fenómenos sutiles, formular hipótesis y probarlas a fondo contra los terremotos futuros requeriría un esfuerzo inmenso durante muchas décadas más, sin ninguna garantía de éxito. Por lo tanto, parece prudente invertir fuertemente en el control de los posibles precursores sísmicos.
La sismología puede contribuir a la mitigación de riesgos de terremotos. Las estimaciones estadísticas de la sismicidad en una región general en una escala de tiempo de 30 a 100 años son datos importantes para el diseño de estructuras resistentes a los terremotos. La rápida determinación de los parámetros de origen (como la ubicación y magnitud) puede facilitar los esfuerzos de socorro después de los grandes terremotos. Las advertencias de tsunamis (olas sísmicas) producidos por los terremotos también contribuyen de manera significativa a la seguridad pública. Estas son áreas donde la investigación de los terremotos puede beneficiar en gran medida al público, reducir la pérdida de vidas humanas y minimizar el impacto económico. Es decir, en lugar de escuchar y creerle (o desmentir) a esas personas que afirman predecir terremotos en redes sociales y en televisión, mejor sería verificar que las construcciones en su ciudad cumplen con las normas antisísmicas, tener un kit de emergencia y que las instituciones encargadas de dar las alertas de tsunami estén preparadas para avisar a tiempo. Mejor estar preparado que preocupado.
Las alertas que ya tiene Chile
Las alertas no son una predicción de un terremoto, ya que esa alarma se da una vez que el terremoto se produjo, apenas los sensores captan las «ondas p» (ondas primarias) que viajan levemente más rápido que las «ondas s» (ondas secundarias), que son las que nosotros (humanos) sentimos cuando está temblando. Ya tenemos funcionando el sistema de alerta de emergencia en la mayoría de los celulares desde 2014, y se incorporará el sistema para que el aviso de terremoto aparezca en su TV desde 2017. Así que no, sigue siendo algo muy distinto a una predicción. Y, nuevamente, tiene una base científica, y no simplemente alguien que dice predecir terremotos por la TV a cambio de plata (o por Twitter a cambio de retuits).
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