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Rodrigo Duterte y Jair Bolsonaro: Las consecuencias de permitir la «libertad de expresión» a fanáticos religiosos fascistas

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FASCISTAS ULTRADERECHA 1

Si usted es hombre, heterosexual y cuico, lo más seguro es que se haya indignado por la maravillosa golpiza que recibió José Antonio Kast en Iquique, argumentando que «hay que condenar toda la violencia». Y es que es fácil no sentirse aludido por su discurso de odio con todos esos privilegios, ya que en estricto rigor, podría salir Adolf Hitler de presidente y a ustedes no les pasaría nada. No pasa lo mismo con las mujeres, los homosexuales, los mapuche, los inmigrantes y los pobres, las principales víctimas de Kast. Para explicar mejor por qué al fascismo no hay que darle tribuna, pondremos los ejemplos recientes de Rodrigo Duterte y Jair Bolsonaro. Dos fanáticos religiosos fascistas que llegaron al poder, entre otras cosas, porque el progresismo permitió su «libertad de expresión» bajo la estupidez de que «no hay que censurar a nadie»

RODRIGO DUTERTE

Un psicópata que es presidente

La letanía de comentarios horribles que han catapultado al líder filipino, Rodrigo Duterte, a la notoriedad internacional es tan exhaustiva que es difícil elegir los más inauditos. No hay nada en lo que se contenga lo más mínimo. En septiembre de 2016, por ejemplo,  se refirió con entusiasmo al Holocausto como una analogía de su brutal guerra contra las drogas. “Hitler masacró a tres millones de judíos”, dijo. “Ahora hay tres millones de drogadictos. Me encantaría matarlos a todos”.

Duterte también ha alardeado de los días cuando se paseaba en moto buscando gente a la que matar, así como de haber lanzado a un hombre desde un helicóptero. Incluso se lamentó en broma de haber perdido la oportunidad de violar a una guapa misionera australiana antes de que fuese asesinada en una operación contra el motín de una prisión. La semana pasada, Duterte volvió a ser el protagonista de los titulares. “Con 16 años, yo ya había matado a alguien”, dijo. “Una persona de verdad, una reyerta, un apuñalamiento. Solo tenía 16 años. Fue solo por una mirada. ¿Cuánto más ahora que soy presidente?«.

Por supuesto, Trump no es responsable de los crímenes de los que Duterte presume. Pero con sus afirmaciones populistas, su tendencia a la exageración y su actitud denigrante hacia las mujeres, así como con los ataques a la prensa y su desprecio total por la conducta política más convencional, no es sorprendente que se hayan trazado comparaciones entre ambos. Duterte llamó a Barack Obama “hijo de puta”, pero la relación entre Trump y el presidente filipino parece haber tenido un inicio mucho mejor. Una transcripción filtrada de una llamada telefónica entre ambos reveló que Trump había alabado a Duterte por su “trabajo increíble” en la guerra contra las drogas.

Exfiscal y antiguo alcalde de Davao, una ciudad en la isla de Mindanao, el programa de Duterte como hombre fuerte –su logo de campaña era un puño cerrado– le hizo ganar popularidad en todo el país. Llego al poder gracias a promesas para erradicar las drogas y el crimen, prometiendo una campaña de mano dura que mataría a 100.000 personas y utilizaría los cuerpos de los consumidores de drogas para alimentar a los peces en la Bahía de Manila. La gente quedó impresionada por el líder duro que prometía impedir que el país siguiese cayendo en lo que él llamaba narcoestado. Finalmente salió elegido en mayo de 2016.

Apodado ‘El castigador’, este hombre de 72 años nació en Maasin. Sus inicios como persona medio mafiosa se formaron desde una edad muy temprana. Era un matón que fue expulsado del colegio y que con 15 años ya llevaba pistola. “Fue expulsado de algunas escuelas e incluso disparó a un compañero de clase, pero nunca se le castigó por nada. Se libró”, explica a the Observer el senador Antonio Trillanes, uno de los mayores críticos de Duterte. “Creo que eso ha contribuido a su mentalidad de impunidad, porque nunca fue castigado. Ha matado a gente, pero eso simplemente se olvidó”.

Un documento que forma parte del proceso de su divorcio con Elizabeth Zimmerman en 1998 también es revelador. En su evaluación psicológica detallada en el informe, el doctor concluyó que sufría un desorden de personalidad narcisista, con tendencias agresivas entre las que se incluye un “sentido grandilocuente de sí mismo y de los privilegios que cree merecer” y “una tendencia constante a menospreciar y humillar a los demás”.

Fue en Davao en los años 80 cuando Duterte probó por primera vez la mano dura contra las drogas y el crimen, una política que a menudo provocaba la aparición de cadáveres en las calles. Human Rights Watch detalló durante mucho tiempo las acusaciones de los “escuadrones de la muerte de Davao” cuando Duterte era alcalde, afirmando que se mató a más de 1.000 personas, incluidos sospechosos de ser consumidores de drogas y traficantes, niños callejeros, así como periodistas críticos con su actuación. Incluso una vez Duterte lo confirmó abiertamente. “¿Soy yo el escuadrón de la muerte? Cierto. Eso es cierto”, declaró a su programa de televisión local en mayo de 2015.

Desde que tomó posesión del cargo el 30 de junio del año pasado, al menos 7.000 filipinos han sido asesinados, casi 4.000 por la policía y muchos miles más por supuestos justicieros. Imágenes espeluznantes de los asesinatos sobrecogieron rápidamente a la prensa nacional e internacional: imágenes terribles de gente muerta en las calles en mitad de la noche, con las cabezas envueltas en cinta de embalaje, muchas veces junto a carteles en los que se les acusa de ser traficantes de drogas, drogadictos o criminales. Un periódico local, el Inquirer, empezó una «lista de asesinados» en un intento de hacer un seguimiento de todas las muertes.

Miles de asesinatos ilegales y sigue sin reducir el crimen

Más de un año después desde el inicio de su mandato, el número de muertes extrajudiciales ha superado el de muertos durante la dictadura del sanguinario Ferdinand Marcos, que rigió el país durante dos décadas. En una valoración del primer año del gobierno de Duterte, Amnistía Internacional emitió un comunicado en junio señalando que miles de filipinos han sido asesinados por, o a instancias de, una fuerza policial que actúa fuera de la ley y a las órdenes del presidente. «La violenta campaña de Duterte no ha acabado con el crimen ni ha resuelto los problemas asociados con las drogas», dice James Gómez, director de Amnistía Internacional para el sureste asiático y el Pacífico. «Lo que ha hecho es convertir el país en un lugar aún más peligroso, debilitando aún más el Estado de derecho y otorgado notoriedad [a Duterte] como un líder responsable de la muerte de miles de sus propios ciudadanos».

Aunque la guerra antidroga de Duterte ha suscitado una gran condena a nivel internacional, el propio presidente ha permanecido inmune. En su lugar, ha ofrecido inmunidad a los asesinatos policiales en nombre de la «guerra antidroga», mientras que su gobierno niega las acusaciones en relación con «batallones de la muerte».

Encarcelar sus críticos

También ha luchado por silenciar a sus críticos más directos, incluido el encarcelamiento de la senadora Leila de Lima, que como presidenta de la Comisión de Derechos Humanos lideró una investigación en 2009 del batallón de la muerte de Davao. Duterte también llevó al límite a algunos filipinos este septiembre cuando, para hacer frente a una insurgencia terrorista en Marawi, declaró la ley marcial en todo Mindanao. El Congreso ha votado para mantenerla vigente hasta el 31 de diciembre.

Líder de una Dictadura

El presidente filipino, Rodrigo Duterte, ha anunciado la retirada «inmediata» de su país de la Corte Penal Internacional al considerar que Filipinas fue «engañada» cuando se adhirió en 2011 al Estatuto de Roma, el tratado redactado en 1998 que dio lugar a un tribunal transfronterizo con competencias para investigar y juzgar la comisión de crímenes de Lesa Humanidad, guerra y genocidio, entre otros. Hace unas semanas, un fiscal del tribunal abrió una investigación preliminar para dilucidar si existe jurisdicción para juzgar al líder filipino por las miles de ejecuciones extrajudiciales cometidas en el contexto de su «campaña antidrogas». «Declaro y doy aviso inmediato, como presidente de la República de Filipinas, de que Filipinas retira de inmediato su ratificación del Estatuto de Roma», afirmó mediante un documento de 15 páginas difundido por su oficina, donde se califica a la institución como un «instrumento político contra Filipinas».

Duterte advirtió que ignorará el requisito que obliga a esperar un año desde su notificación por escrito a Naciones Unidas hasta la retirada efectiva de un país del Estatuto de Roma. «No es aplicable en lo que respecta a la efectividad de la retirada de Filipinas como signatario del Estatuto de Roma, porque parece que se produjo un fraude al suscribir dicho acuerdo». Según el filipino, el engaño radica en que se les hizo «creer que se observaría el principio de complementariedad, que prevalecería el principio del debido proceso y la presunción de inocencia tal como lo ordenan nuestra Constitución y el Estatuto de Roma».

El pasado 8 de febrero, el fiscal del CPI Fatou Bensouda anunció la apertura de una investigación aplaudida por las ONG, que llevan más de un año denunciando la campaña criminal disfrazada de operación antidrogas que está plagando de cadáveres los barrios más desfavorecidos de Filipinas. «Los delitos que se han cometido desde que el presidente Duterte ocupó su cargo alcanzan el umbral de crímenes de lesa humanidad. Por desgracia, las autoridades de Filipinas no se han mostrado ni dispuestas ni capaces de llevar a los responsables ante la Justicia, por lo que la auténtica esperanza de las víctimas recae ahora en la CPI», estimaba entonces James Gomez, director de Amnistía Internacional para el Sudeste Asiático y Oceanía.

El tribunal actúa tras admitir a trámite una demanda particular que exigía juzgar a Duterte por los asesinatos en masa cometidos durante su etapa como alcalde de Davao (entre 1998 y 2016), en la que se jactó de haber «limpiado» de narcotraficantes y consumidores la sureña isla de Mindanao, así como por las impunes muertes que se está cobrando la policía filipina en su actual «campaña antidroga». En el mismo documento emitido por la Presidencia, Duterte admite que la retirada se produce «por los ataques infundados, sin precedentes y escandalosos contra mi persona y contra mi administración diseñados por funcionarios de las Naciones Unidas, así como también por el intento del fiscal especial de la Corte para dejarme bajo jurisdicción de la Corte Penal Internacional, en violación del debido proceso y de la presunción de inocencia garantizada por la Constitución filipina e igualmente reconocida por el Estatuto de Roma».

Demandado por Crímenes de Lesa Humanidad

Un abogado filipino solicitó a la Corte Penal Internacional de la Haya que se acuse al presidente Rodrigo Duterte, y a otros once funcionarios filipinos, de asesinatos en masa y de crímenes contra la humanidad por los asesinatos de miles de personas durante las últimas tres décadas. El abogado, Jude Josue Sabio, sostiene en una denuncia de 77 páginas que Duterte es el “autor intelectual” de una campaña que ha provocado la muerte de más de 9400 personas —principalmente jóvenes pobres— desde 1988, cuando fue elegido alcalde de la ciudad de Dávao, al sur de Filipinas. “La situación en Filipinas revela la comisión continua de ejecuciones extrajudiciales aterradoras, espantosas y funestas o asesinatos en masa desde que el presidente Duterte era alcalde”, dice la demanda.

JAIR BOLSONARO

Evangélico, ultraderechista, homofóbico y machista orgulloso

El tipo es un ex capitán del Ejército que llegó a la política con un discurso de alabanza a la dictadura militar y diciendo claramente que no cree en la democracia. Asume que es machista, racista, homofóbico y xenofóbico, haciendo broma de aquello y siempre agregando que “pueden acusarme de lo que sea, pero no pueden negar que soy el único político honesto”. En realidad sí se puede negar, pero son pocos los que tienen el poder de alcance del mensaje de Jair Bolsonaro como para poder desmentirlo.

Ese alcance es fruto de un talento especial en utilizar los medios y las redes sociales para construir el mito alrededor de su figura. Y esa es justamente la palabra usada por su staff comunicacional: “mito”. Sus seguidores, algunos de ellos fanáticos casi religiosos, lo llaman “Bolsomito” o simplemente “El Mito”. Quizás no sea un mito, pero sí es un fenómeno. En los cuatro años desde que pasó a proyectar su imagen a nivel nacional, Bolsonaro salió de la nada para ser hoy uno de los favoritos a las próximas elecciones presidenciales, con entre 15% y 17% de las intenciones, detrás solamente del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva – que podría ser impedido de candidatearse, lo que dejaría el camino más despejado para el ex militar.

Vocero militar de la post dictadura

Desde principios de los ’90 y hasta los primeros años de esta década, Bolsonaro fue uno de los menos activos diputados del país. Representante del Estado de Rio de Janeiro, él fue uno de los congresistas que menos proyectos presentó a la Cámara, pese a sus más de 20 años de carrera legislativa. Entre esos pocos, ninguno había sido aprobado. Con una efectividad tan baja, la presencia de Bolsonaro en el parlamento solo se puede explicar por su carácter estratégico: él fue todo ese tiempo el primero y el más actuante de los representantes militares en el parlamento.

El ex capitán saltó a la vida pública tras un incidente nunca aclarado: en 1986, Bolsonaro fue quien estaba detrás de la operación llamada “Callejón sin salida”, la cual tenía por objetivo instalar una bomba en una estación de tratamiento de agua y hacer colapsar la red de abastecimiento de la ciudad de Rio de Janeiro. La idea nunca fue llevada a cabo porque el entonces capitán fue descubierto y detenido por sus intenciones. En su defensa, dijo que buscaba con la iniciativa apoyar a los soldados que pedían aumento de su sueldo y otras mejoras en sus condiciones de servicio. En aquel entonces, el episodio llegó a ser comparado con el fallido atentado al show de Chico Buarque en el auditorio Riocentro, en 1981, donde un grupo de agentes del servicio secreto de la dictadura, en los últimos años del régimen, trató de instalar una bomba en el local para asesinar a militantes de izquierda y justificar el fin de las tratativas que se daban entonces para la transición hacia la democracia, lo que terminó en fracaso porque la bomba estalló dentro del auto cuando se encontraba estacionado delante del centro de eventos, matando a uno de esos agentes.

No pasó demasiado tiempo detenido. En esa época los militares solían ser evaluados por el Tribunal Superior Militar, que raramente condenaban a un reo oficial, y que finalmente lo soltó 15 días después. Igual el episodio le rindió cierta popularidad en el mundo militar, lo que le permitió salir elegido concejal por la ciudad de Rio de Janeiro en 1989 y diputado federal representante del Estado de Rio de Janeiro en 1991 -su primer mandato, actualmente ya va por el séptimo consecutivo-. Como único representante militar en el parlamento, sus declaraciones siempre fueron consideradas ridículas o folclóricas. Quizás por eso tratadas como insignificantes, pese al tono siempre amenazante o hasta beligerante.

Niega la Dictadura

En una entrevista para el canal oficial de la Cámara de Diputados, en 1999, Bolsonaro dijo las siguientes frases: “soy favorable a la tortura y 90% del pueblo brasileño también lo es” (lo dice hasta hoy). También dijo: “no hablemos de la dictadura militar porque la verdad es que solo desaparecieron 282 (cuerpos), y además solo murieron delincuentes, asaltantes de bancos, secuestradores, violadores, mientras que sólo en São Paulo, en un año mueren más de 300”.

Al ser consultado sobre si cerraría el Congreso Nacional si fuera presidente, repitiendo lo hecho por la dictadura militar, su respuesta fue: “no tenga dudas, y puede estar seguro que la gente iba a festejar esa decisión, porque no funciona (la democracia), a través del voto no se logrará cambiar nada en este país, ¡nada, absolutamente nada! Sólo lo vamos a cambiar cuando estalle una guerra civil y hagamos lo que los (gobiernos) militares no hicieron, matar unas 30 mil (personas), empezando por FHC (en alusión al entonces presidente Fernando Henrique Cardoso). Si por accidente mueren algunos inocentes no pasa nada”.

La académica española Esther Solano, doctora en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid y profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad de São Paulo, hace años estudia el fenómeno de Bolsonaro, pero también el cambio ideológico que vivió Brasil en los últimos años, sobretodo las clases populares. Según ella, muchos se equivocan con Bolsonaro porque su historial es de un tipo que se elegía con el voto de una cierta élite militar de Rio. Sin embargo, su equipo ha realizado encuestas sobre los conceptos valóricos de los brasileños de los sectores periférico de São Paulo, que es representativo de lo que piensan los pobres de los grandes centros urbanos brasileños, y encontraron un ideario muy parecido al defendido por el diputado militar.

“El brasileño de las periferias hoy en día es un tipo que tiene posesiones, no es más un miserable. Aunque mejoró de situación económica en los gobiernos de Lula y Dilma, esa persona cree en el discurso de la seguridad y se ve afectada por la corrupción. Por ende, alimenta un rechazo o a veces hasta un odio muy fuerte a la política, a los políticos a los partidos tradicionales y sobretodo al PT (el Partido de los Trabajadores, de Lula), que sólo se rompe por ese tipo de discurso del que se presenta como el distinto, y una de las hazañas de Bolsonaro fue saber imponer la idea de que todos son ladrones menos él”, comenta.

En ese sentido, Solano y algunos otros académicos progresistas en Brasil comparten la idea de que es comparable el fenómeno de Bolsonaro y el de Berlusconi en Italia, aunque el caso del brasileño aún no se ha consolidado con su llegada al poder. “La causa Mani Pulite en Italia fue conocida como ejemplo de combate a la corrupción en Italia, pero igual fue el factor que alteró el escenario político, ayudando a que Berlusconi llegara al poder. No es el mismo estilo de Bolsonaro, y además Berlusconi fue un caso concreto, Bolsonaro todavía es un aspirante a llegar al poder, pero el origen es comparable, aunque es injusto decir que fueron el resultado político directo de esas operaciones judiciales contra la corrupción, sino que son el resultado de la negación a la política generado por esas operaciones y que esos dos personajes han sabido aprovechar, aunque en el caso actual, con Bolsonaro, se da en un contexto en que esa negación a la política es también un fenómeno global, como vemos con Trump y con otros casos en el mundo”, señalan.

La era del payaso político

Bolsonaro tiene una colección de dichos y gestos polémicos, sobretodo en temas valóricos, que vienen desde mucho antes de su conversión al partido evangélico: defiende que las mujeres deben recibir menos sueldo que los hombres porque producen menos (“porque se embarazan y son menos fuertes, son una carga mucho más grande al empleador”), que las cuotas para negros en las universidades y servicios públicos son racistas y que los movimientos en favor de los negros y de los pueblos indígenas son liderados por “vagabundos”, que los inmigrantes son los responsables por traer el tráfico de drogas a Brasil, al igual que los homosexuales son los responsables por diseminar la pedofilia.

Durante la votación del impeachment contra Dilma Rousseff, Bolsonaro hizo un homenaje al coronel Carlos Brilhante Ustra, acusado de haber violado y torturado a Dilma y otras decenas de mujeres en las cárceles de la dictadura. A la diputada Maria do Rosário (una de las víctimas preferidas de sus ataques) le dijo que no la violaría porque ella no merecía tener sexo con él. Los homosexuales también son blancos recurrentes. En entrevista a un medio de la cadena Globo, dijo que “si veo a dos gays besándose en la calle yo les voy a golpear, es mi derecho hacerlo, por atentado a la moral”, y luego siguió, “si un hijo mío empieza a mostrarse así un poco femenino, le doy una golpiza y le cambio el comportamiento”. En otra declaración polémica, en una reciente charla en el Club Hebraico de Rio de Janeiro, mostró su orgullo por sus primeros cuatro hijos varones y que “en el quinto me puse más débil (sexualmente), entonces nació una mujer”.

Sin embargo, la profesora Esther Solano cree que Bolsonaro más gana que pierde con esas polémicas que genera, y en ese sentido lo compara a Trump. “Él sabe usar el show a su favor y es consciente de eso. Esta es la Era del Ridículo Político, al igual que Trump, Bolsonaro se expone pero sabe que sus palabras ridículas igual van a encontrar gente que las comparte y las defiende”, dice. Otra comparación destacada por Solano se da en el hecho de que el efecto de esas frases en los supuestos ofendidos por ellas no siempre es de rechazo, como algunos podrían suponer. Es más, ella afirma que no son pocas las mujeres, negros u homosexuales que defienden a Bolsonaro y critican la victimización de los que se molestan. “Sea en regiones de clase media o alta o en sectores sociales más bajos, yo hablo con mujeres o con homosexuales sobre esos dichos y muchos dicen que tampoco es para tanto, si eso eso parte de su show, el tipo dice eso para mostrarse, para generar polémica, no porque realmente piense así”, dice la profesora, quien encuentra el argumento muy similar al usado por los latinos que apoyaban a Trump en las elecciones del año pasado.

Las expectativas electorales

En 2016, tras dos décadas militando en diferentes partidos de derecha, conocidos como herederos de la ARENA (Alianza Renovadora Nacional, el antiguo partido creado por los militares para disputar la institucionalidad cuando empezó la apertura política), Bolsonaro llegó finalmente al PSC (Partido Social Cristiano), dirigido por pastores evangélicos y fuertemente ligado a este sector que combate abiertamente la laicidad del Estado. Ese traspaso es visto como el marco de la coalición política entre la bala y la Biblia. En uno de sus primeros discursos por el PSC, Bolsonaro dijo en el Congreso: “Dios está por encima de todo, no me vengan con eso de Estado laico, el Estado es cristiano, y la minoría que esté en contra de eso que se cambie de país (…) aquí en Brasil las minorías tienen que curvarse ante las mayorías”.

Desde el principio de este siglo, la cantidad de pastores evangélicos y ex policiales elegidos para el legislativo viene creciendo de forma constante, aunque el ritmo de los religiosos un poco más acelerado. Que el principal ícono de los militares ingresara a uno de los partidos evangélicos, asumiendo su discurso valórico, fue vital para que el PSC sintiera que tenía respaldo para una iniciativa presidencial. “La alianza con el mundo religioso no es el único factor que potenció a Bolsonaro en las clases bajas, pero sí es uno muy importante”, comenta Esther Solano, quien destaca que muchas iglesias evangélicas de Brasil hablar fuertemente con las clases medias y bajas. “La clase C, la clase media baja consumidora, mantiene valores muy conservadores y absorbe fácilmente ese discurso de la seguridad, del punitivismo, está en favor de la pena de muerte, de la reducción de la edad penal y otras ideas que están representadas en Bolsonaro”.

La profesora Solano considera que la izquierda en todo el mundo, pero más específicamente en Brasil, ha perdido espacio por dos razones. La primera es no saber usar tan bien esos nuevos espacios comunicacionales y no saber adaptarse a la era del espectáculo en la política. La segunda es no tener un discurso actualizado para responder a los anhelos de esa nueva clase consumidora recién salida de la miseria, pero que se identifica más con lo que dicen los evangélicos y militares que con las ideas progresistas.

Los números dicen que Bolsonaro y Lula son los únicos dos políticos que han crecido en los sondeos realizados este año. El ex presidente posee entre 30% y 40% dependiendo de la encuestadora, mientras que el diputado ex militar está entre 13% y 17%. Sin embargo, las simulaciones de segunda vuelta entre los dos siempre muestran una ventaja de Lula de por lo menos 12 puntos. Eso es curioso, una vez que las mismas encuestas apuntan a Bolsonaro como uno de los políticos con menos índice de rechazo (siempre menor a 25%), cuestión que sorprende debido a la cantidad de declaraciones y actitudes polémicas que quizás explicarían su desventaja en el mano a mano con Lula.

Aun así, la profesora Solano cree que Bolsonaro puede dar vuelta este escenario justamente por ese talento para generar controversia. “Él sabe usar muy bien las redes sociales, tiene 4,5 millones de seguidores, está siempre publicando videos y memes en sus páginas, y haciendo charlas incluso en universidades, diciendo las mismas estupideces misóginas, racistas, en contra de los derechos humanos, no importa, y la gente se gusta incluso ese estilo más agresivo, las frases fáciles, el show mediático que genera”. 

Pensar diferente es preferir el invierno al verano o el rojo sobre el verde. Promover el odio contra mujeres, homosexuales, mapuches e inmigrantes como lo hace Kast no entra dentro de la «libertad de expresión» y no puede ser tolerado. Porque ténganlo claro, mientras algunos siguen defendiendo el «derecho» de expresarse del fascismo, si estos llegan al poder serán los primeros en silenciarlos a todos




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