Ahora que el sacerdote pedófilo Fernando Karadima fue expulsado de la Iglesia por el Papa Francisco, vale la pena recordar la historia completa de este depredador sexual, protegido innumerables veces por la Clase Alta y por la iglesia chilena, lo que le permitió abusar de menores durante más de 40 años en la más total impunidad. Una investigación de Ciper reveló algunos antecedentes hasta ahora desconocidos:
Cuando tenía 12 años el arquitecto Juan Pablo Zañartu tuvo que confesarse varias veces con el sacerdote Fernando Karadima en la parroquia El Bosque. Recuerda que el religioso se sentaba con las piernas abiertas y él se tenía que poner de rodillas entre ellas, muy cerca del pecho del cura. Éste inclinaba su cabeza y Zañartu podía sentir la respiración del hombre en su oreja. En esa posición, el sacerdote le preguntaba si se masturbaba y qué fantasías sexuales tenía. Su peor experiencia en El Bosque, sin embargo, la tuvo con otro sacerdote: Raúl Claro Hunneus, hijo de la destacada narradora chilena Marcela Paz, autora de Papelucho. Zañartu acusa que en dos ocasiones Claro lo invitó a su pieza, se tendió en la cama y desde allí le dijo: “Juan, ven y abrázame” .
Para lograr la reapertura de la investigación, los principales acusadores de Karadima -James Hamilton, Juan Carlos Cruz y José Murillo- insistieron ante la justicia sobre la existencia de antecedentes de otros abusos que este sacerdote cometió hasta 2010. En ese contexto, la denuncia de Zañartu, que judicialmente está prescrita, tiene un gran valor: fija un inicio, un punto de arranque. Y transforma los momentos atroces narrados por los denunciantes, en partes de un patrón de comportamiento perverso que se extendió en total impunidad al menos durante 50 años. Cincuenta años en los que El Bosque y su párroco fueron considerados por el Arzobispado de Santiago y la Nunciatura, que mantenía lazos estrechos con Karadima, como un ejemplo a seguir. Mientras los fieles repletaban su templo y confiaban a sus hijos a la formación de la Acción Católica de El Bosque, en los pasillos y dependencias de la parroquia se vivían otras historias en un mundo cerrado y secreto.
Así lo piensa Zañartu: “Debe haber muchas más víctimas. Yo soy el único de los años 60 que hablé, pero ¿y qué pasó en los ‘70?”. James Hamilton y Juan Carlos Cruz son algunas de las víctimas de los ‘80. José Andrés Murillo y Fernando Battle, algunos de los abusados en los ‘90. Faltan relatos y testimonios de eventuales abusos cometidos en las décadas más recientes, los que, de haber ocurrido, podrían estar contenidos por un dolor y una vergüenza que están más frescos. Si en años recientes hubo víctimas, como creen los denunciantes, esos abusos no estarían prescritos y los afectados serían muchachos menores de 25 años. El testimonio de Zañartu es interesante también porque acusa la existencia de otros sacerdotes actuando en estos ilícitos con Karadima. Y revela una vez más la violación del secreto de confesión perpetrado por Karadima, tal como lo testimoniara Juan Carlos Cruz. Zañartu cree, por ejemplo, que lo que él le confesaba a Karadima terminaba sabiéndolo Claro y éste lo usaba para lograr sus propósitos.
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Hay un hombre que jugó un rol central en la vida de Karadima que puede ayudar a explicar parte de las dudas que hoy se acrecientan en torno a la historia de El Bosque. Se trata de Alejandro Hunneus Cox, un prestigioso y acaudalado sacerdote que vivió entre 1900 y 1989 y que tuvo una enorme influencia en la Iglesia Católica chilena en los años 50. Fue Hunneus quien formó como sacerdote a Karadima y lo preparó para que fuera su sucesor. Durante muchos años Hunneus pensó que Karadima era un hombre excepcional. Hunneus era un hombre piadoso y casto, al punto que unos de sus orgullos era que jamás había tocado su castidad, según contó a CIPER Alejandro Devés, ex seminarista que lo cuidó hasta sus últimos días. Según recuerda el sacristán de El Bosque Mariano Cepeda, el sacerdote era famoso por su generosidad: todas las semanas en la puerta de la parroquia se juntaba una larga fila de gente de escasos recursos que esperaban su limosna y su bendición.
Testigos de aquella época afirman que durante los años 50 y 60 Karadima pasaba muchas horas hablando con Hunneus en su pieza del primer piso, frente al jardín. Hunneus parece haber valorado sus dotes para expresase en público, pues en la prédica desplegaba un innegable magnetismo. Por otra parte, Karadima era sobrino de un obispo y, aún mejor, había estado cerca del Padre Hurtado. Al parecer, Karadima lo convenció de que había sido discípulo y secretario de Hurtado. Para monseñor Hunneus tener a Karadima en el Bosque era como tener en un equipo de fútbol a alguien que había jugado con Pelé- explica Deves. Pero Karadima no era Pelé ni había jugado con él. Ni siquiera, dice Deves, fue agradecido con Hunneus. Cuando el fundador envejeció y se volvió senil, Karadima lo hizo objeto de su burla constante. -Lo imitaba y nos hacía reírnos de él- recuerda Juan Carlos Cruz. Hunneus, extremadamente alto y delgado, se paraba con los pies abiertos, como si sus grandes zapatones indicaran siempre la misma hora: las diez y cuarto. En sus últimos años estaba relegado en su pieza, aunque a veces se lo veía deambulando por su parroquia, con su sotana larga hasta el suelo y sucia de comida, dando voces, como un fantasma, con su voz gutural: “¡Karadima, hay que amar al Padre, Karadima!”.