La Dictadura Cívico-Militar demoró un sólo día en contar con el poder total. El pueblo estaba completamente indefenso ya que jamás fue una guerra. ¿Por qué los militares siguieron matando, torturando y haciendo desaparecer personas? Porque necesitaban acabar con cualquier atisbo de humanidad del pueblo, ya que era la única manera de imponer un modelo económico y social basado en la Desigualdad Social, la segregación y el saqueo a los más pobres para mantener los obscenos privilegios de los más ricos, y para lograrlo cometieron los peores vejámenes que se le pueden hacer a una persona. Una nota de Metiendo Ruido recuerda 8 relatos relatos del informe oficial de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura durante la Dictadura de Pinochet:
Mujer, detenida en octubre de 1973. Relato de su reclusión en el Regimiento Arica
“Embarazada de cinco meses, fui detenida y hecha prisionera. Estuve un mes y medio incomunicada en la Cárcel del Buen Pastor, y sometida en el Regimiento Arica a vejámenes y torturas, entre las cuales debo, como denuncia, mencionar: Instada a tener relaciones sexuales con la promesa de una pronta liberación; obligada a desvestirme, acariciada en los pechos y amenazada de recibir las visitas nocturnas del interrogador; golpes de electricidad en la espalda, vagina y ano; uñas de las manos y pies fueron arrancadas; golpeada en varias ocasiones con bastones de plástico y con culatas de rifles en el cuello; simulacro de fusilamiento, no me mataron pero debí escuchar como las balas silbaban a mi alrededor; obligada a tomar e ingerir medicinas; inyectada en la vena con pentotal, bajo la severa advertencia que sería hipnotizada como único medio de declarar la verdad; colocada en el suelo con las piernas abiertas, ratones y arañas fueron instaladas y dispuestos en la vagina y ano, sentía que era mordida, despertaba en mi propia sangre; se obligó a dos médicos prisioneros a sostener relaciones sexuales conmigo, ambos se negaron, los tres fuimos golpeados simultáneamente en forma antinatura; conducida a lugares donde era violada incontables y repetidas veces, ocasiones en que debía tragarme el semen de los victimarios, o era rociada con sus eyaculaciones en la cara o resto del cuerpo; obligada a comer excrementos mientras era golpeada y pateada en el cuello, cabeza y cintura; recibí innumerables golpes de electricidad”
Mujer 16 años, Región Metropolitana, 1975.
“Fui violada, me ponían corriente, me quemaron con cigarrillos, me hacían “chupones”, me pusieron ratas. Creo que estuve en [recinto secreto de la DINA] me amarraron a una camilla donde unos perros amaestrados me violaron. Estaba siempre con scotch, después una venda y después una capucha. Se reían, nos ofrecían comida y nos daban cáscaras de naranjas. Nos despertaban de noche para perder la noción del tiempo.”
Niña de 14 años, VII Región, 1973. Estuvo detenida 12 días en la cárcel sin registrar proceso
“Fui llevada a un recinto del Ejército y fui objeto de abuso sexual. Nos llevaron detenidas con mi hermana y una amiga. Yo fui la primera en ser interrogada. Me hicieron pasar a una pieza donde había tres milicos con su rostro tapado, tenían una bolsa negra en la cabeza , uno por uno me hacían preguntas, pero yo no sabía nada por lo tanto no podía responderle nada. Entonces uno de ellos se bajó los pantalones y sacó su pene y me obligó a que se lo tenía que enderezar con mi boca. Después vino el otro y el otro. En total fueron tres milicos que tuve que enderezárselo, el último se fue en mi boca, no sé quienes fueron o cómo eran porque estaban encapuchados. Lo único que sé es que mi vida nunca volvió o volverá a ser como antes, ya que en ese tiempo era solo una estudiante. Por lo ocurrido no pude continuar estudiando hasta ese momento (…) lo único que sé es que no puedo olvidar nada.”
Mujer, detenida en septiembre de 1974. Relato de su reclusión en la casa de la DINA de José Domingo Cañas
“Fui golpeada en diversas partes del cuerpo. Nuevamente fui manoseada y obligada a presenciar la tortura de mi esposo. Fui desnudada y amarrada a un catre metálico en el que fui golpeada. Estaba embarazada con 6 meses de gestación.”
Mujer. Región Metropolitana, 1975.
“En un recinto secreto fui torturada, amarrada y vendada. Me dieron de golpes de pies y puños. Me aplicaron electricidad en diversas partes del cuerpo. Me volaron los dientes delanteros de un culatazo. Sufrí abusos sexuales y reiteradas violaciones que resultaron en un embarazo.”
-Hombre, detenido en septiembre de 1973. Relato de su reclusión en el Fuerte Borgoño, VIII Región
“Me pusieron algodón en ambos ojos, luego huincha adhesiva encima y un capuchón negro amarrado a la nuca, me ataron de pies y manos fuertemente y me hundían en un tambor de esos de aceite de 250 litros que contenía amonia, orina, excrementos y agua de mar, así me sumergían hasta que mi respiración no daba más, ni menos mis pulmones y la volvían a repetir una y otra vez, acompañados de golpes y preguntas, eso era lo que llamaban ellos en tortura el famoso submarino.”
Hombre, detenido en septiembre de 1973. Relato de su reclusión en la Base Aérea Cerro Moreno, II Región
“Siguieron las golpizas por largo rato y después de algunas horas, finalmente, cesaron de maltratarnos. Nos encerraron en una especie de jaula de alambre de púa, tirados en el suelo, desnudos y al aire libre. Era demadrugada, hacía mucho frío. Tiritábamos bajo la brisa helada del desierto. Al interior de esa jaula nos encontrábamos amontonados unos sobre otros, por lo que a cualquier intento para acomodarnos provocábamos el dolor de algún compañero. A uno de ellos le habían quebrado la clavícula. Desgraciadamente quedé en una posición incómoda, lo que ocasionó nuevos dolores.”
El 11 de septiembre de 1973, Lelia Pérez tenía 16 años y era estudiante de secundaria. Alguien interrumpió su clase para informar de que el Palacio de la Moneda estaba siendo atacado y de que tenían que resguardarse. Su escuela no estaba muy lejos, así que pudo ver desde allí a los aviones bombardeando, pocos minutos antes de que Salvador Allende se sentara en un sofá palaciego, apoyara la barbilla sobre su arma y se volara la cabeza. «Misión cumplida. Moneda Tomada. Presidente Muerto», comunicaba un general a Augusto Pinochet, que acababa de tomar el poder de Chile por la fuerza. Pérez no imaginaba en ese momento que comenzaban para ella los peores días de su vida:
«Al día siguiente fui detenida junto a 10 compañeros de clase sin que me dieran ninguna explicación y enviada al Estadio de Chile, donde permanecí cinco días siendo torturada. Sufrí golpes, ahogamientos, quemaduras, descargas de electricidad, simulacros de fusilamiento disparando arriba y agresiones sexuales, todo eso mientras me hacían preguntas que no entendía. Fui utilizada como conejillo de indias para que algunos soldados golpistas aprendieran a torturar. En el estadio nos usaban para que enseñar a otros como interrogar, como colocar los electrodos y cuanto tiempo debían aplicar las descargas, donde quemar… Simplemente nos ponían ahí como a objetos e iban enseñándoles donde dolía más o como había que apretar los pezones, mientras introducían cosas en el ano y la vagina«
Cuando la liberaron del Estadio Nacional en mitad de la noche cinco días más tarde, su país estaba irreconocible. Pinochet había impuesto el toque de queda a los ciudadanos y se estaban deteniendo a miles de activistas sociales, maestros, sindicalistas y estudiantes, todos ellos encerrados en centros clandestinos dispersados por el país. Ella no fue una excepción, puesto que tras ingresar en la universidad para estudiar Historia y continuar vinculada al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), donde había ingresado con 14 años, fue detenida de nuevo en su propia casa una noche de octubre de 1975 y enviada a Villa Grimaldi junto a su novio. En aquella antigua casa colonial de recreo que había sido tomada por la DINA –la policía política de Pinochet– para usarla como centro de detención y tortura, Pérez vivió sus peores experiencias.
«Coches pasando por encima de personas para partirles sus extremidades, más descargas eléctricas, ahogamientos en bidones llenos de vómitos, forzar a los prisioneros a comer heces o provocar abortos a muchas mujeres, como me ocurrió a mí, atándolas a árboles y golpeándolas. No solo te amarraban ahí para provocarte el aborto, sino que te dejaban varios días atada. A mí me hacían limpiar el lugar, donde había restos de piel, de pelo»
La actividad en Villa Grimaldi era permanente, sin interrupciones. Los equipos operativos entraban y salían del lugar las 24 horas del día, trayendo detenidos y torturando a cualquier hora. Las torturas más habituales eran «la parrilla», los colgamientos y el «submarino húmedo». La primera consistía en un somier de metálico en el que tumbaban a una persona atada con correas para darle descargas eléctricas. «A veces ponían a otra persona debajo y a una tercera en contacto con los barrotes metálicos del cubículo, para así poder electrocutar a tres personas a la vez con la misma corriente eléctrica», explica Pérez. Los colgamientos se producían de las muñecas y las rodillas, con el objetivo de provocar el dolor generado por el peso del cuerpo, mientras se golpeaba y se producían heridas cortantes. Y el «submarino húmedo» consistía en introducir la cabeza del detenido hasta casi la asfixia en un recipiente de agua.
«Nosotras, que estábamos vendadas, escuchábamos las torturas, los gritos de las personas y las órdenes de traer agua hirviendo. Después a mí me hacían limpiar el lugar, donde había restos de piel, de pelo… no quiero seguir hablando»
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