Que el 73% de los ataques terroristas en los últimos 10 años lo hayan hecho fanáticos de ultraderecha no es casualidad, porque esas son precisamente las consecuencias del discurso de odio que promueve la ideología fascista. Brenton Tarrant, australiano de 28 años, escribió un decálogo de 74 páginas con el que pretendía explicar la masacre cometida en dos mezquitas en Nueva Zelanda, que dejó al menos 49 muertos y más de 100 heridos. Una nota de El Mundo detalla:
El autor de la matanza en Christchurch, Nueva Zelanda, se define a sí mismo en un texto -repleto de un ideario radical y xenófobo- como un joven «australiano» de 28 años, «blanco», una condición en la que incide orgulloso de sus propias limitaciones. «Me interesó muy poco mi educación durante los años de colegio. Apenas logré un aprobado. No fui a la universidad. No me interesaba nada de lo que podía estudiar ahí», escribió quien dijo llamarse Brenton Tarrant. Sin embargo, su escasa capacitación no le impidió lanzarse a escribir un decálogo de 74 páginas con el que pretendía explicar la masacre que cometió en dos mezquitas de la mayor ciudad de la Isla Sur del país, donde acabó con la vida de al menos 49 personas e hirió a casi medio centenar.
El odio que destila su texto hacia el Islam y los inmigrantes resulta irónico, ya que muchas de las razones que esgrime para haber protagonizado este suceso son las mismas que usó el Estados Islámico para defender sus brutales crímenes. Se habla de «venganza», de «provocar la acción de los enemigos de mi pueblo y después se enfrenten a la reacción final» (supuestamente de los ejércitos occidentales), de buscar la «polarización» de Europa, de «crear una atmósfera de miedo» y hasta de querer una «guerra civil» en EEUU que divida las muchas razas que conforman ese país. El largo alegato del fundamentalista indica que comenzó a planear el atentado hace dos años, tras «inspirarse» durante un recorrido por una Europa que define como «invadida» por los inmigrantes.
Tarrant exhibe sin reparo su animadversión radical hacia ese colectivo, del que curiosamente también formaría parte si se confirma que es australiano. Para intentar sobrellevar esa flagrante contradicción, el autor de la matanza aduce que él es «europeo» y por tanto no amenaza los hipotéticos «valores» de Nueva Zelanda. «Tenemos que aplastar la inmigración. Soy un racista, creo que las diferencias raciales», proclama el ultraderechista. El joven admite sin complejos que se trata de una acción «terrorista». «Por definición lo es», apunta, pero prefiere otorgarle una vez más la misma envoltura ideológica que usaban los militantes del «califato» para sus desvaríos: «yo lo considero una acción guerrillera contra una fuerza de ocupación», argumenta.
Entre las figuras de las que se dice admirador se encuentra Sir Oswald Mosley, quien fuera dirigente del partido pro nazi de Inglaterra durante los años de la Segunda Guerra Mundial, y el presidente Donald Trump, al que no valora como líder político pero sí como símbolo «renovador de la identidad blanca». También dice que se puso en contacto con el noruego Anders Behring Breivik -protagonista de una acción muy similar en 2011- que le dio «su bendición».
- Estas son las consecuencias de permitir el discurso de odio que promueven tipos como José Antonio Kast o los evangélicos. Que el 73% de los ataques terroristas en los últimos 10 años hayan sido realizados por ultraderechistas no es casualidad.
- La elite promueve el fascismo para defender sus privilegios, pero sus seguidores son los más oprimidos por el capitalismo. Jóvenes descontentos y excluidos que encuentran pertenencia en el odio que los políticos de ultraderecha les infunden hacia los inmigrantes, las mujeres, la comunidad LGBT y al intelectualismo. (Por eso muchos de ellos además son terraplanistas y antivacunas)
- En Chile esta semana le marcaron la esvástica a un joven trans, los ataques homofóbicos se han multiplicado y hace algunos meses golpearon y acuchillaron a mujeres en una marcha feminista… Es tiempo de asumir que la ultraderecha promueve el terrorismo y que la derecha tradicional es cómplice. Basta ver la peligrosa ultraderechización de Piñera, que para ganar un par de votos están alimentando esta retórica fascista con mentiras, desinformación, populismo penal y discursos de odio