Cuando escribimos que Yasna Provoste debía ser la candidata presidencial de la centro izquierda, lo hicimos por una razón que Ciper acaba de confirmar: Daniel Jadue no le gana a Joaquín Lavín en una segunda vuelta debido al alto rechazo que genera. Y ojo, no estamos hablando sólo de la clase alta, estamos hablando de un rechazo transversal.
Más allá del anticomunismo, acá entra a jugar la personalidad de patrón de fundo de Daniel Jadue que va en contra de los liderazgos que se necesitan en estos tiempos. A modo de ejemplo, tengan por seguro que Camila Vallejo e Irací Hassler, ambas militantes comunistas, tendrían mucho menos rechazo. Parte del artículo de Ciper detalla:
Si bien es cierto que el proceso eleccionario de fin de año sigue estando muy abierto, las encuestas muestran que un escenario bastante probable es que la segunda vuelta presidencial sea entre Joaquín Lavín por la derecha y Daniel Jadue por la izquierda. Las elecciones primarias que se realizarán a mediados de julio seguramente darán por vencedores a cada uno de estos candidatos para sus respectivos bloques, lo cual facilitará que vayan ganando terreno sobre los demás candidatos que seguirán intentando posicionarse en las encuestas. De ser cierto este diagnóstico, cabe preguntarse quién tiene mejores chances de conquistar el poder ejecutivo: ¿Joaquín Lavín o Daniel Jadue?
Para responder esta pregunta es crucial tomar en consideración las identidades políticas negativas. Últimamente las investigaciones en política comparada han venido enfatizando que cada vez menos votantes se identifican con los partidos políticos, pero un número importante de electores sí genera identidades negativas hacia determinados partidos políticos. Este argumento es particularmente válido en contextos marcados por alta fragmentación electoral y sistemas políticos con balotaje. A modo de ejemplo, cabe recordar lo que sucedió en las elecciones presidenciales francesas en 2017. Para la primera vuelta electoral cuatro candidatos obtuvieron números cercanos al 20%, logrando pasar a la segunda vuelta Emmanuel Macron y Marine Le Pen. El balotaje dio como claro ganador al primero, quien obtuvo 66,1% de los votos. Sin embargo, el apoyo masivo a Macron se explica antes que nada por el rechazo a Le Pen. Aun cuando Marine Le Pen invirtió mucha energía en una estrategia que buscaba mejorar (dédiabolisation) la imagen de su partido político, no le fue posible romper el estigma antidemocrático y xenófobo que dicha formación política tiene a nivel de la ciudadanía.
Tal como lo indica Carlos Meléndez, en este tipo de contextos, gran parte del electorado suele terminar votando por “el mal menor”, es decir, no por aquel candidato que mejor refleja las ideas e intereses del votante, sino que más bien por aquel candidato que bloquea la posibilidad de que quien uno teme y reprueba logre acceder al poder. Basta pensar en las recientes elecciones en Perú, en donde alguien como Álvaro Vargas Llosa – un acérrimo opositor del Fujimorismo – declaró estar a favor de Keiko Fujimori en la segunda vuelta electoral, para así impedir la llegada al poder de Pedro Castillo, quien a juicio de Vargas Llosa representa un riesgo mayúsculo para el sistema democrático. Otro ejemplo es el reciente resultado en la segunda vuelta de las elecciones para gobernador en la región Metropolitana, donde el DC Claudio Orrego logró vencer a Karina Oliva del FA, en gran medida gracias al apoyo de votantes de derecha que ven a Orrego como “el mal menor” en comparación a Oliva.
Lamentablemente existen muy pocas mediciones empíricas sobre identidades negativas para el caso de Chile, ya que las empresas a cargo de encuestas (y quienes encargan estudios) siguen pensando que lo relevante es medir la identificación positiva antes que la identificación negativa. Sin embargo, existe un dato relevante a considerar. Se trata de la siguiente pregunta que se incluyó en la Encuesta de Mundial de Valores de los años 1996, 2000 y 2006 para el caso de Chile: “De los siguientes partidos políticos que se presentan en esta tarjeta: ¿por cuál de ellos Usted no votaría nunca? Por favor escoja solo uno”. Esta misma pregunta la incluí en una encuesta cara a cara financiada por el proyecto FONDECYT 1180020, la cual es representativa de la población urbana del país y que fue llevada a cabo por la empresa DATAVOZ justo después del plebiscito constitucional de octubre del año pasado. Gracias a esto, es posible elaborar el siguiente gráfico que nos muestra evidencia empírica respecto a la evolución de las identidades políticas negativas en el país.
Evolución de las identidades políticas negativas en Chile, 1996-2020 (en porcentaje)
Como se puede observar en este gráfico, los partidos políticos que tienen mayores niveles de identificación negativa son los que se posicionan en los extremos del eje izquierda-derecha, es decir, la UDI y el PC. De alguna manera, se trata de un resultado esperable, ya que esto refleja que aquellos partidos que toman posturas ideológicas más radicales son los que generan mayor rechazo por parte del electorado. A su vez, los datos también indican que el PC ha logrado disminuir levemente su identidad negativa para la última medición disponible, pero está casi empatado con la UDI. Ambos partidos son rechazados por aproximadamente un quinto del electorado hoy en día (20.1% en el caso de la UDI y 18.4% en el caso del PC).
En base a estas cifras, se podría pensar que Joaquín Lavín y Daniel Jadue son igual de competitivos para la segunda vuelta electoral, ya que cada uno de ellos milita en y proviene de formaciones políticas que tienen los mayores niveles de identificación negativa en Chile. No obstante, existe una gran diferencia entre Lavín y Jadue: mientras el primero ha hecho gran parte de su carrera política desmarcándose de la derecha en general y de la UDI en particular, el segundo tiene una trayectoria opuesta, caracterizada por su clara filiación con el PC y voluntad de defender ideas de izquierda sin tapujos.
Tal como lo demostramos en una investigación elaborada junto a Aldo Madariaga, Joaquín Lavín ha sido una pieza clave en el proceso de moderación programática que la derecha chilena ha experimentado desde fines de la década de los 1990 en adelante y que permitió hacer a la derecha más competitiva en términos electorales. Por el contrario, Daniel Jadue siempre ha mantenido una clara adhesión a la línea programática del PC, sin distanciarse de atavismos como el saludo oficial del partido para el cumpleaños Kim Jong-un en Corea del Norte y la proclamación de Cuba y Venezuela como países democráticos. No en vano, la mordaz pluma de Daniel Matamala ha catalogado al PC chileno como un ejemplo paradigmático de “negacionismo” y, por lo tanto, no debiese extrañarnos que mientras más avance Jadue en las encuestas, mayor presión tendrá que enfrentar para hacerse cargo de acusaciones respecto al extremismo del PC.
Al igual como Marine Le Pen en Francia, Jadue solo podrá volverse más competitivo si es que elabora una estrategia que busque mejorar la imagen de su partido político (dédiabolisation). El problema es que Joaquín Lavín le lleva la delantera, ya que el éxito de su carrera política ha sido justamente gracias a una efectiva estrategia de desmarcarse de la UDI y de la derecha.
Para reforzar este argumento resulta importante presentar una evidencia adicional: la identidad negativa hacia la UDI y el PC según nivel socioeconómico de los encuestados. Este dato es relevante porque permite examinar si acaso existe un “sesgo de clase” al momento de evaluar negativamente a estos dos partidos (lo cual parece ser que sí existió en el voto a favor de Orrego y en contra de Oliva en las comunas pudientes de la Región Metropolitana para la segunda vuelta electoral de las elecciones de gobernadores).
El gráfico revela que el segmento socioeconómico alto rechaza mayoritariamente al PC (aprox. 50%) y solo mínimamente está en contra de la UDI (aprox. 10%), lo cual demostraría que la identidad negativa hacia estos partidos estaría determinada por el nivel socioeconómico del electorado. Sin embargo, al considerar los demás estratos sociales, queda en evidencia que la realidad es bastante más compleja. Por un lado, el rechazo hacia la UDI es más fuerte en los sectores más acomodados (C2 y C3) y menor en los sectores más populares (D y E). Por otro lado, la identidad negativa hacia el PC es mayor en el segmento más pobre (E) y esto refleja que probablemente existe un sentimiento anticomunista a nivel popular que eventualmente podría ser movilizado por la derecha.
Identidad política negativa hacia la UDI y el PC según nivel socioeconómico, año 2020 (en porcentaje)
A modo de cierre, cabe señalar que el diagnóstico que acá se ofrece depende de varios factores que son poco predecibles al día de hoy. Dejo planteado tres de estos factores. En primer lugar, no es del todo claro qué va a suceder con la DC y si acaso este partido va a terminar levantando la candidatura de Yasna Provoste, quien eventualmente podría despegar en las encuestas al presentarse como una figura que busca remediar la polarización que generan figuras como Lavín y Jadue.
En segundo lugar, José Antonio Kast ya anunció que va a competir en la elección presidencial y todo indica que no podrá pasar a la segunda vuelta, pero no es del todo claro si esta vez hará un llamado a votar por la “derecha light” para el balotaje. Es poco probable que lo haga, ya que el proyecto de José Antonio Kast busca justamente diferenciarse de la moderación programática de la derecha que persiguen Lavín y quienes están detrás de su campaña. En tercer lugar, mucho depende también del rol que otros actores de izquierda (Boric, RD, el PS, etc.) jueguen al momento de lograr o no que el liderazgo de Jadue sea visto como positivo por el electorado. En efecto, quienes más pueden ayudar a mejorar la imagen de Jadue son sus competidores ideológicos más cercanos. Sin embargo, hasta ahora el PC y Jadue han mostrado poco interés en formar una alianza más amplia similar a los llamados “Frentes Populares”. Para hacer esto, es crucial entrar en la discusión programática. Algo que hasta ahora ha estado muy ausente en el debate político de la izquierda, la cual sigue inmersa en rencillas personales antes que en debates de contenido.
Por cierto, toda esta problemática sería radicalmente diferente si es que el país tuviese un régimen parlamentario, ya que entonces ningún candidato podría acceder a la presidencia por sí solo. De hecho, el resultado de la recientemente electa convención constitucional refleja que existe una alta fragmentación del espacio político y, por tanto, para poder gobernar resultará clave poder establecer amplios acuerdos. En un sistema parlamentario, la elección de un primer ministro o una primera ministra exige que los partidos políticos negocien un programa en común y en base a ello apoyan a un líder que se compromete a ejecutar dicho programa. De tal manera, este líder trabaja bajo el escrutinio del parlamento, el cual puede hacer una moción de censura para destituirlo en caso de que éste haya perdido su respaldo en el congreso. No es casualidad que parte del debate constitucional que se abre ahora incluye la pregunta por el régimen político. En todo caso, las reglas actuales – sistema presidencial y balotaje – exigirán a muchos votantes a tomar una decisión respecto a cuál candidato representa “el mal menor” en la segunda vuelta electoral. Frente a este dilema, el desmarque de la UDI de Joaquín Lavín lo transforma en un candidato mucho más competitivo que Daniel Jadue, quien mantiene un fiel apego a la doctrina del PC.